jueves, 21 de septiembre de 2017

La base de la Iglesia

«La justicia morará en el desierto, y en el campo fértil habitará la rectitud. El producto de la justicia será la paz; tranquilidad y seguridad perpetuas serán su fruto. Mi pueblo habitará en un lugar de paz, en moradas seguras, en serenos lugares de reposo».Isaías 32: 16-18, XVI
Imagen relacionadaPor sus frutos los conoceréis (Mateo 7: 16). 
El ornamento interior de un cristiano manso y humilde es de un valor incalculable. En la vida del verdadero creyente el adorno exterior está en armonía con la paz y la santidad interiores. De manera que la Iglesia se fundamentará en la virtud de sus miembros. El pueblo de Dios ha de mostrar una fe constante e inconmovible. La Biblia es su norma. Ricas corrientes de gracia celestial los iluminarán, y ellos a su vez las impartirán a otros. La verdad ha de proclamarse con toda su fuerza. Los que hacen fielmente esa obra y guardan los mandamientos de Dios, serán considerados colaboradores de Dios. El efecto de la justicia será la paz y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre» (Isaías 32: 17). Desde el principio hasta el final de la historia de la Iglesia, Cristo significará para ella todo lo que esas palabras expresan, si ésta presta atención a la invitación: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana» (Mateo 11: 28-30, NVI).
Jesús es para su pueblo vida y fortaleza, eficiencia y poder, sabiduría y santidad. Si nos sometemos a los requerimientos de Dios, llegamos a imbuirnos de su amor y llenarnos de su plenitud, los niños, los jóvenes y los nuevos creyentes nos observarán para formarse un concepto de lo que es la piedad práctica; así podremos ser instrumentos para guiarlos en la senda de la obediencia a Dios.

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