Lucas 7.10-11 “Más bien, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga "amigo pasa más adelante a un lugar mejor". Así recibirás honor en presencia de todos los demás invitados. Todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
La humildad es considerada una virtud que consiste en reconocer las propias limitaciones y debilidades y actuar de acuerdo a tal conocimiento. Podemos decir que la humildad es la ausencia de soberbia. De acuerdo a esta definición, tenemos que la humildad cristiana es un grado de moralidad en la que el hombre reconoce que por sí mismo no tiene nada, sino que depende de Dios en su totalidad; que es un ser débil e insignificante ante la perfección y misericordia de Dios. Ahora bien, ser humilde no significa andar en harapos; es decir, con ropas viejas o sucias, causando lástima, mendigando, ser tímido, indeciso, opacado, que se sienta menos que los demás. Tampoco significa aquel que le placería, sin pretenderlo, ser admirado y reconocido por sus cualidades o sus logros obtenidos en la vida.
Eso sí, una persona verdaderamente humilde no entra en competencia con nadie, no es celoso de las virtudes o cualidades de otros, no siente envidia, no entra en contiendas ni se presta a murmuraciones. Una persona realmente humilde no busca el lucimiento personal delante de otros, como tampoco busca alcanzar reconocimientos o perseguir, como objetivo principal, algún puesto dentro de una empresa, gobierno o iglesia, u obtener alguna posición privilegiada o aumentar su prestigio, etc. ¡Cuidado!, una forma falsa de humildad nos lleva a la hipocresía, con el fin de purificar los errores y engaños o auto-engaños.
Amigo(a), como podrás darte cuenta la humildad significa una forma de vida limpia e íntegra delante de Dios primero, y de los hombres en segundo término; es una virtud, por lo tanto, no todos la poseen (que debería ser así). Sin embargo, el entorno en el que vivimos o nos desarrollamos nos envuelve de tal forma que caemos en las garras de la arrogancia y la soberbia, y muchas veces queremos ser reconocidos por el mundo. La humildad es tan frágil que se puede perder, incluso con el pensamiento, cuando se cruzan por la mente ideas malsanas (al ver de manera lujuriosa a una chica o a un chico, o bien, si tienes algún ministerio en tu iglesia y quieres ser reconocido públicamente por tu líder o tu pastor, por lo que hiciste o lograste).
Ser humilde es ubicarte y aceptarte tal como eres, reconociendo tus limitaciones y tu potencial de una manera sencilla y callada, y sobre todo dándole a Dios todo el honor por lo que tú has alcanzado. La línea que separa la humildad de la soberbia es demasiado delgada, y ésta se puede traspasar fácilmente aún sin darse cuenta; por ejemplo: en una oficina se va a elegir a una persona para ocupar un puesto de mayor nivel (lo que significa una mejor remuneración), y están involucradas 5 personas para ocupar dicho puesto; el gerente las reúne en su oficina y va a dar a conocer el nombre de dicha persona, cuando en ese momento miras a tus compañeras y entre ellas está tu mejor “amiga” o compañera, y dices para ti, ojalá y la afortunada sea yo, que el jefe se fije en mí para ocupar ese puesto, ya que considero que soy la más capaz de todas, ¡me lo merezco! Si te das cuenta, mentalmente has cometido un gran pecado delante de los ojos de Dios, ya que codiciaste algo, y te has sobrevalorado en comparación con los demás; aún sin exteriorizar tu comportamiento delante de todos, ha sido de falsa modestia, ya que interiormente has actuado hipócritamente.
Por esto la mejor enseñanza o el mayor ejemplo nos lo ha dado el Maestro de maestros, Cristo Jesús, plasmado en el libro Santo (la Biblia), para que nosotros pongamos mucha atención y no nos desviemos de los caminos correctos de Dios; que entendamos que el vivir en humildad significa vivir como Cristo vivió y anduvo (en verdad), sin dar lugar jamás a intereses personales o humanos; es actuar de manera desinteresada, es ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio. Amigo(a), que tu termómetro sea tu conciencia, que sea la que te muestre o indique cuándo estás actuando de manera correcta o incorrecta, que sea la que te dé la prudencia necesaria para no fallar ante Dios y ante los hombres. Preocúpate siempre de lo que pensaría Dios acerca de ti en tu manera de actuar, y deja de tratar de agradar al humano, pues la recompensa mayor y más importante no la recibes del hombre, sino que la recibes de Dios a través de su Santo Espíritu.
¿Quieres de verdad ser un hombre exitoso en todas las áreas y etapas de tu vida? Entonces la receta infalible para ti es la HUMILDAD. Guárdala en tu mente y grábala en tu corazón, y Dios se agradará en ti.
Grábate estas dos reflexiones, y cuando estés pasando por algún momento difícil, o consideres que estás perdiendo el sitio firme, repítelas hasta que sientas que el Espíritu de Dios está obrando en ti:
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