miércoles, 31 de mayo de 2017

Ni un solo gorrión

Estimada es a los ojos del Señor la muerte de sus santos (Salmo 116:15).
Mi madre, tan digna y correcta toda su vida, estaba ahora en la cama de un geriátrico, cautiva de la ancianidad debilitante. Su estado en deterioro contrastaba con el hermoso día primaveral que se veía  tentador al otro lado de la ventana.
Por más que nos preparemos emocionalmente, nunca estamos verdaderamente listos para la sombría realidad del adiós. ¡Qué humillante que es la muerte!, pensé.
Desvié la mirada al comedero para aves de fuera de la ventana. Un pinzón se acercó a comer unas semillas. Al instante, me vino a la mente un pasaje: «ni un solo gorrión cae a tierra sin que el Padre lo sepa» (Mateo 10:29 NTV). Jesús les dijo esto a sus discípulos, al enviarlos a una misión en Judea, pero el mensaje sigue siendo válido. «Más valéis vosotros que muchos pajarillos», les aseguró (verso 31).
Mi mamá se despertó y abrió los ojos. Volviendo a su infancia, usó un afectuoso término holandés y declaró: «¡Muti se murió!».
«Sí, respondió mi esposa. Ahora, está con Jesús». Dubitativa, mamá siguió. «¿Y Joyce y Jim?», preguntó respecto a sus hermanos. «También están con Jesús, dijo mi esposa. ¡Pero pronto estaremos con ellos!».
«Es difícil esperar», susurró mamá.

Padre celestial, esta vida es muy difícil y dolorosa. ¡Pero Tú prometes que nunca nos dejarás ni nos abandonarás!
La muerte es la última sombra antes del amanecer celestial.

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