martes, 2 de mayo de 2017

La soberbia

Con el avance de la ciencia y la tecnología, y junto a ellas, las personas se han visto obligadas a andar de pueblo en pueblo y a veces de país en país por razones de estudio o trabajo. En todas las ciudades del mundo hay un constante desplazamiento.
Unos que vienen para la ciudad y otros que la abandonan, por lo que casi nadie se conoce y mucho menos se establecen relaciones amistosas, ni siquiera con los propios vecinos. Las viejas costumbres van desapareciendo en la medida que la revolucionaria nueva era trae los cambios.
Resultado de imagen de La soberbiaSin embargo, esto no fue siempre así; hubo una etapa de la vida en la que en todos los pueblos, y sobre todo si estos eran pequeños, todo el mundo se conocía, porque todos trabajaban y estudiaban en la misma ciudad, y raras veces alguien se ausentaba de ella.
En estos pequeños pueblos, generalmente existía un personaje fuerte, abusador, intimidador y guapetón al que llamaban el guapo del barrio. Este individuo dominaba todo el barrio y, cuando no, gran parte del propio pueblo. No gustaba de trabajar; pero sí vestía bien y pasaba la mayor parte del día de bares y cantinas, donde siempre encontraba un grupo de temerosos aduladores que le pagaban sus tragos y le reían sus chistes. Había uno así, que le llamaban “El Bravucón”, que era impetuoso; veamos qué pasó con este sujeto.
El Bravucón medía casi dos metros de alto y pesaba unos 120 kilogramos de pura musculatura. Cuando hablaba, o mejor dicho, cuando gritaba, porque no sabía hablar, parecía como si estuviera tronando, y a todos le llamaba la atención ver de dónde salía aquel torrente de voz tan potente; ocasión que aprovechaba nuestro protagonista para exponer las reglas de su juego. Él mismo se identificaba, no necesitaba presentador porque todos lo conocían; pero por si acaso en el bar alguno de los presentes no era del pueblo y estaba solo de paso, decía: -Aquí llegó El Bravucón, y trae hambre y sed.
Aquel día llegó El Bravucón al bar de Tata Cuñengue de este pequeño pueblo. Al hacer su entrada, gritó como siempre: -Aquí llegó El Bravucón y trae hambre y sed-. Monguito, que era uno de sus principales aduladores, no lo hizo esperar, y de inmediato le trajo un bocadillo acompañado de un trago de aguardiente que era su bebida predilecta.
El Bravucón no daba las gracias, acostumbraba agradecer al fiel servidor con un ligero golpecito en las costillas que lo doblaba a un lado y después, mirando para el dueño del bar, gritaba: -Tata, tú ya no puedes-. De esta manera continuaba una ronda de servidores, y cada uno iba pagándole tragos y poniéndole un bolero en la máquina de discos del bar, con el deseo de ser recompensado con el golpecito en las costillas y aquello de "Tata, tú ya no puedes".
Por fin, entró al bar un desconocido. Se trataba de un alfeñique que no pesaba más de 60 kilos. El Bravucón al ver el diminuto hombrecillo, se cegó por sus impulsos abusivos, caminó unos pasos, y de un salto se sentó en la barra del bar y comenzó a observarlo.
El hombrecillo pidió un vaso de leche, y tranquilamente bebía en medio de la jauría, cuando tronó la voz de El Bravucón: -Hoy voy a hacer todo al revés que de costumbre. Oye Monguito, ponme un disco de Orlando Contreras; cualquiera, el que te parezca. Y tú, siete mesino, págame un vaso de aguardiente para que empieces a aprender que aunque yo me llamo Cándido, me dicen El Bravucón.
El humilde personajillo se volvió hacia él, poniendo a un lado el vaso de leche y le dijo: -No me han enseñado a pagar lo que no debo y mucho menos a un grandullón como tú-.
El Bravucón saltó de la barra lleno de ira para hacerle tragarse las palabras al pequeñín; pero al caer se torció un tobillo, y el dolor era tan intenso que apenas podía caminar. Entonces el hombrecillo se adelantó y cogiéndolo por el cabello, le obligó a caminar a El Bravucón, quien entre quejidos por el intenso dolor, se dejaba llevar, caminando con mucha dificultad por causa de su tobillo, y muy encorvado para estar a la par con su oponente.
El pequeñín, halándolo por el pelo con la mano izquierda, aprovechaba la derecha para de vez en cuando pegarle unos golpecitos por las costillas al tiempo que le decía -Toma Candito, toma Candito-.
Finalmente, lo sacó del bar y lo dejó tirado en la acera. Posteriormente se dirigió al dueño y le dijo: -Tata o como usted se llame, cierre este bar por el día de hoy, y el resto de la gente, ¡ala, fuera todo el mundo de aquí!-. Nadie se atrevió a contradecir lo dicho por el vencedor. Todos salieron y el bar empezó a cerrarse.
La pequeña figura del hombrín se iba ya, cuando Tata Cuñengue lo interrumpió: -Oiga, por favor, tengo una curiosidad. ¿Cómo se llama usted?-. A lo que él respondió: -Mi nombre es Amoroso Noble; pero me dicen Amansaguapo-.
De esta manera, la soberbia de El Brabucón fue echada a tierra por la sencillez de un hombre insignificante por su estatura; pero grande de corazón. En este mundo existen muchos soberbios; pero no faltará el día que serán puestos en su lugar. Por eso usted amigo, si es todavía uno de ellos, reflexione en esto antes de continuar: …Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildesSantiago 4:6

No hay comentarios:

Publicar un comentario