lunes, 29 de mayo de 2017

¡Huye!, no seas esclavo de la lascivia

Mi querido Timoteo:
Estaba un día mirando a través de la ventana de mi casa y vi algo que me llamó la atención. Eran unos jóvenes que parecían no tener sentido común, como si nada les importase. Por cierto, uno de ellos parecía estar totalmente falto de juicio; lo vi cruzar la calle, llegar a una esquina y encaminarse hacia la casa de una mujer. El día llegaba a su fin, y las sombras de la noche avanzaban. Este engaño ha llevado a muchos hombres, desgraciadamente, a la destrucción total de su persona, su familia, su ministerio y todo su futuro.
De pronto, la mujer, con aspecto de mujer de la noche y con visibles intenciones malsanas, vio que él se acercaba a su casa y salió a su encuentro. Allí mismo, en la calle, lo abrazó y lo besó. Con todo descaro le dijo: “Salí de casa precisamente para buscarte, y te he encontrado. Mi cama está hecha con sábanas de lino fino importadas y perfumadas con perfumes traídos de lugares exóticos. Ven, bebamos de la copa del amor hasta el amanecer. Mi esposo no está en casa. Ha emprendido un largo viaje y no regresará en varios días.”
Con sus palabras seductoras lo convenció, y con halagos, mimos y abrazos lo sedujo. Él en seguida la siguió, yendo tras ella como buey que va camino al matadero, como ciervo que cae en la trampa, como ave que se lanza contra la red.»
Esta historia, mi querido Timoteo, es una paráfrasis de la sabiduría de Salomón que se encuentra en Proverbios, capítulo siete. La traigo a colación porque quiero tocar el tema que esta alegoría de Salomón presenta: advertir de uno de los peligros más perversos, una de las artimañas más sutiles, uno de los engaños más perspicaces de Satanás.
¿En qué consiste este engaño? En una sola palabra: lujuria. Es decir, la tentación de la naturaleza pecaminosa del hombre.
Las tentaciones que incitan, y a veces conquistan, al siervo de Dios, son múltiples: el poder, la posición, el dinero, el orgullo, pero hay una tentación que es quizá la más intensa de todas: la lascivia, el apetito carnal insaciable. Una de las maneras como esta tentación se expresa es por la pornografía. El vocablo viene de la palabra griega "porne", que significa «prostituta».
La adicción a la pornografía ha llegado al culmen de cautivar a millones de hombres en todo el mundo. En 1998 los adictos a la pornografía gastaron novecientos setenta millones de dólares viendo escenas pornográficas en la red electrónica mundial, y quienes han hecho estudios del avance de esta práctica calculan que para el año 2003 la cifra ascenderá a más de tres mil millones de dólares.
En una encuesta realizada por la organización "Cumplidores de Promesas", un sesenta y cinco por ciento de sus adherentes confesaron haber sido adictos a la pornografía, y en otra encuesta entre pastores y líderes laico-cristianos realizada por "Leadership Magazine" (revista sobre el liderazgo), salió a la luz que un sesenta y dos por ciento confesaron haber estado involucrados en la pornografía. Se calcula que uno de cada cinco líderes cristianos es adicto a la pornografía, lo cual nos obliga a preguntarnos: ¿Cómo es posible que este elevado número de personas, que se identifican como creyentes en Cristo y, aun más, como líderes dentro de la iglesia, estén envueltos en algo tan inmundo, impúdico, corrompido y destructivo?
La pornografía, ciertamente, apela a uno de los instintos más poderosos del género masculino, el impulso sexual. Cuando el hombre se permite observar imágenes orientadas a actos sexuales, éstas lo dominan al extremo que él, aun sabiendo que hace mal, no tiene la fuerza de voluntad suficiente de corregir su mirada; aun más, busca experimentar lo que está observando. Las hormonas masculinas se enardecen, lanzando a su víctima a una lascivia incontrolable e insaciable.

¿De dónde viene esto? Aquí, Timoteo, tengo que aclarar algo. Fue Dios quien creó la atracción sexual. Lo hizo no solo para la procreación de la raza humana, sino también para unir a dos personas, esposo y esposa, con lazos de amor, armonía, felicidad y deleite. El acto sexual no es pecado. Cuando se practica dentro de la intimidad matrimonial, no quebranta ninguna ley bíblica, moral o espiritual. El pecado consiste en llevarlo más allá de lo que Dios estableció. La lascivia es un pecado destructivo que domina y controla la mente y la vida, hasta hacer de sus víctimas hombres débiles, lánguidos, enfermizos y abatidos, como el joven que Salomón describe en su metáfora: «buey que va camino al matadero, ciervo que cae en la trampa, o ave que se lanza contra la red». Al llegar a este punto, el hombre cristiano ha dejado de someterse al señorío de Jesucristo para someterse a un tirano, un déspota, un opresor que ha llegado a ser su ídolo. La lascivia es idolatría en su forma más intolerante y destructiva.
¿Qué ocurre con el que se entrega a la lascivia?En primer lugar, pierde la paz. El cristiano que se entrega a la pornografía sabe que hace mal, que está defraudando a su esposa y a sus hijos. Por cierto, tiene que esconderse para practicar ese hábito. Sabe, también, que es una ofensa contra Dios. Y si es predicador, tarde o temprano su mensaje perderá el calor espiritual que lo hace convincente, y también perderá la autoridad de Dios que lo hace ser un líder.
El que se entrega a la lascivia vive también con remordimientos de conciencia. Es como un delincuente, en constante huida. No es un prófugo de la justicia humana, pero vive escondiéndose de sí mismo, huyendo de quienes puedan descubrir su adicción y huyendo de Dios. No puede acercarse a Dios en oración porque sabe que hace mal. Es más, su adicción lo aleja de la Biblia, de modo que ya no aparta tiempo para su lectura devocional. La Palabra de Dios es como un espejo que lo hace ver lo negro y lo sucio que es su hábito pornográfico.
Para colmo de males, su adicción va en aumento con el paso de los días. Lo que comenzó siendo solo un vistazo de una mujer desnuda en una revista, se convierte rápidamente en una exploración insaciable que lo hace proseguir ese vicio hasta perder el dominio propio. Ésa es la condición de quien se deja arrastrar por la pornografía.
¿Hay alguna solución?
Sí la hay, pero solo para el que desea profundamente, con absoluta y total sinceridad y de todo corazón, ser liberado de esa esclavitud. Tiene que reconocer que esta adicción no solamente destruye al adicto, sino que, peor aún, lo separa del Dios a quien pretende seguir.
Permíteme, mi querido Timoteo, ser muy franco y sincero contigo. Aunque hayas llegado a ser víctima de la pornografía debes comprender, en primer lugar, que Dios te ama de todo corazón. Tú eres alguien muy especial para Dios. Él te llamó desde el vientre de tu madre para ser su siervo, su ministro en la predicación del santo evangelio de nuestro Señor. Debes comprender también que nuestro Señor desea y necesita verte libre de todo lo que disminuya tu capacidad de servirle a Él. Debes saber, también, que puedes valerte de su divino poder para librarte de esta adicción; no tienes por qué ser esclavo de los deseos de tu naturaleza pecaminosa.
El Apóstol Pablo en su Carta a los Romanos, escribe: «La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz … Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, que no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán … Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: “¡Abba! ¡Padre!”» (Romanos 8.6, 12, 13, 15 NVI). Santiago nos dice: «Dichoso el que resiste la tentación porque, al ser aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman. Que nadie, al ser tentado, diga: “Es Dios quien me tienta.” Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta él a nadie. Todo lo contrario, cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte.» (Santiago 1.12-15 NVI)
Permíteme, mi querido Timoteo, darte unos consejos que podrán ayudarte en la liberación de esta adicción:
  1. Haz la determinación definitiva de que vas a dejar de involucrarte en la pornografía. La solución comienza con esa determinación. Uno tiene que «decidir» no permitirse jamás jugar con la tentación. Repito las palabras de Santiago: «…cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen.» En postración, Timoteo, ante la presencia de Dios di: «Señor, yo no quiero seguir practicando esto. Determino dejar de hacerlo. Sé que Tú me ayudarás.» Para perseverar en tu determinación, toma decisiones concretas para ayudarte a huir de la tentación. Tú sabes bien en qué circunstancias la tentación es difícil de resistir. Huye de ellas y busca protección.
  2. No te apartes ni un solo día de la lectura de la Palabra de Dios. Al abandonar la lectura de la Biblia ocurren dos cosas. Primero, se pierde conciencia de la santidad de Dios y de su exigencia de una total santidad por parte de sus hijos. Segundo, se pierde la conciencia de la debilidad de uno mismo. Al no leer la Biblia constantemente, dejamos de advertir nuestra propia debilidad moral y pecamos. No nos damos cuenta de que nos estamos destruyendo a nosotros mismos.
  3. Confiésale a alguien tu debilidad. Esta persona debe ser alguien en quien tengas suma confianza, alguien a quien respetes en alto grado, alguien que sea maduro y estable y sea amigo tuyo. Es importante que tengas a alguien a quién rendirle cuentas. Esta persona podría ayudarte a descubrir posibles carencias de afectividad que tengas y así, guiarte a encontrar la plena satisfacción en Cristo.
  4. Si crees que puedes hacerlo sin provocar confusión en tu matrimonio, háblale a tu esposa acerca de tu debilidad. Dile que necesitas su apoyo. Hazle saber que la amas profundamente y que necesitas que ella se una contigo en la búsqueda de tu liberación.
  5. Y no pierdas la fe en la ayuda divina. Dios, más que cualquier ser humano, está de tu parte. Él desea ver tu completa liberación, y tiene tanto el poder como la voluntad de verte libre.
Mi querido Timoteo, tú puedes vivir en victoria. No tienes por qué ser esclavo. Nuestro Señor ya compró tu liberación de todo vicio, de todo pecado y de todo mal. Eres hijo de Dios y hermano de nuestro Señor Jesucristo. Él te ha comprado con su sangre bendita. Ya no tienes que vivir bajo la presión de ninguna esclavitud. Reclama tu victoria en Cristo.

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