sábado, 29 de abril de 2017

Una predicación siempre actual

La palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. 1 Corintios 1:18
Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. 1 Corintios 2:2
La muerte de Jesús es el acontecimiento más sombrío y el más luminoso de la historia de la humanidad. Sombrío porque revela la amplitud del pecado del hombre; luminoso porque hace brillar el amor del Dios Salvador.
El Dios de santidad, que es muy “limpio eres de ojos para ver el mal” (Habacuc 1:13), ¿podía ver favorablemente a su Hijo cargado con el pecado de los hombres? Aunque era inocente, Cristo se presentó ante el juez divino como si fuese responsable de nuestras faltas, como si las hubiese cometido Él mismo, como si llevase ante Dios sus propios pecados, como si encarnase el pecado. Luego, como culpable de nuestros crímenes, sufrió el castigo que tendríamos que haber sufrido nosotros.
Cristo, por su muerte, pagó todo el precio de nuestra reconciliación con Dios. Dios no espera nada de usted. Su Hijo pagó con su vida, con su sangre, todas nuestras faltas. Es el sustituto inocente que fue crucificado para que fuésemos perdonados. ¡Nuestra deuda con Dios está totalmente cancelada!, ¡pero a qué precio! Ahora el cielo está abierto gracias al Cristo Salvador, y podemos entrar libremente en su presencia (Hebreos 10:19).
El Dios soberano espera que usted vaya a Él declarándose culpable y entregándole su vida. ¡Déjese juzgar interiormente mediante la evocación de este sacrificio. Dé ese paso, acepte vivir para Él a partir de ahora, y Él lo contará como uno de sus hijos. Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:20).

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