Por nada estéis angustiados, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Filipenses 4: 6-7

Cuando recibimos a Cristo como huésped permanente en el alma, la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará nuestro espíritu y nuestro corazón en Cristo Jesús. La vida terrenal del Salvador, aunque transcurrió en medio de conflictos, estaba llena de paz. Aunque lo acosaban constantemente enemigos airados, dijo: «El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada» (Juan 8: 29). Ninguna tempestad de la ira humana o satánica podía, ni puede, perturbar la calma de aquella completa comunión con Dios. Y Él nos dice: «La paz os dejo; mi paz os doy». «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas» (Juan 14: 27; Mateo 11: 29, RVC).
La vida de los seres humanos testifica acerca de la verdad de las Escrituras: «Los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto. iNo hay paz para los impíos! , ha dicho mi Dios» (Isaías 57: 20-21). Pero el que calmó las olas de Galilea, pronunció la palabra que puede impartir paz a cada alma. Su gracia calma las tempestuosas pasiones humanas.
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