Al menos ocho personas han muerto en un ataque suicida ocurrido en la noche del 22 de marzo, en Maiduguri, capital del Estado de Borno, en el nordeste de Nigeria. Según las primeras informaciones, cinco terroristas suicidas se han hecho explotar en el campo para refugiados de Muna Garage, cerca de la la ciudad.
El campamento acoge a cientos de miles de desplazados que huyen de la violencia de Boko Haram, que ya ha cometido más ataques suicidas contra la estructura humanitaria. Por tanto, es probable que este último ataque haya sido perpetrado también por la secta islamista, que a pesar de los fuertes golpes recibidos por el ejército, continúa llevando a cabo ataques para demostrar que no ha sido derrotada.
La situación de seguridad es muy precaria en otras zonas de Nigeria. El 20 de marzo, 18 personas murieron en un mercado de la región central de Benue. El Presidente Muhammadu Buhari ha ordenado una investigación de esta matanza y ha condenado la reciente ola de asesinatos que afecta a diferentes regiones de la Federación.
En su última declaración pública, los Obispos nigerianos han advertido sobre la “pérdida de la sacralidad de la vida” y la “difusión, en varias áreas, de milicias étnicas, y de su violencia cada vez más destructiva contra la comunidad”. “Somos testigos del crecimiento de políticas de identidad contra nuestra gente que se repliega en su propio origen étnico”, han advertido los obispos remarcando que “desde el final de la trágica guerra civil (1967-1970), en ningún momento de la historia de nuestro querido país, la cuestión de la ciudadanía ha sido sometida a una prueba tan dura”.
El campamento acoge a cientos de miles de desplazados que huyen de la violencia de Boko Haram, que ya ha cometido más ataques suicidas contra la estructura humanitaria. Por tanto, es probable que este último ataque haya sido perpetrado también por la secta islamista, que a pesar de los fuertes golpes recibidos por el ejército, continúa llevando a cabo ataques para demostrar que no ha sido derrotada.
La situación de seguridad es muy precaria en otras zonas de Nigeria. El 20 de marzo, 18 personas murieron en un mercado de la región central de Benue. El Presidente Muhammadu Buhari ha ordenado una investigación de esta matanza y ha condenado la reciente ola de asesinatos que afecta a diferentes regiones de la Federación.
En su última declaración pública, los Obispos nigerianos han advertido sobre la “pérdida de la sacralidad de la vida” y la “difusión, en varias áreas, de milicias étnicas, y de su violencia cada vez más destructiva contra la comunidad”. “Somos testigos del crecimiento de políticas de identidad contra nuestra gente que se repliega en su propio origen étnico”, han advertido los obispos remarcando que “desde el final de la trágica guerra civil (1967-1970), en ningún momento de la historia de nuestro querido país, la cuestión de la ciudadanía ha sido sometida a una prueba tan dura”.
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