Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. Romanos 12:1
Al joven Isaac Watts no lo satisfacía la música de
la iglesia, por lo que su padre lo desafió a escribir otra. Y lo hizo. Su himno "La cruz sangrienta al contemplar" es unos de los himnos evangélicos más
conocidos, traducido a muchos idiomas.
Las palabras de adoración de la tercera estrofa nos
llevan a ver a Cristo crucificado:
De su cabeza, manos y pies,
preciosa sangre allí corrió;
Y las espinas de su sien,
Mi aleve culpa las clavó..
La crucifixión que describe Watts de forma tan
poética, refleja el momento más terrible de la historia. El Hijo de Dios se
esfuerza por respirar, sostenido por agudos clavos que le atraviesan la carne.
Después de horas de tortura, el Señor del universo entrega su espíritu. Un
terremoto sacude la escena, y el grueso velo del templo se rasga por la mitad.
Los sepulcros se abren, y cuerpos resucitados caminan por la ciudad (Mateo
27:51-53). Ante semejantes sucesos, el centurión exclamó: «Verdaderamente éste
era Hijo de Dios» (verso 54).
Respecto al poema de Watts, la Fundación Poetry
afirma: «La cruz reordena todos los valores y anula todas las vanidades». La
única manera en que podía concluir este himno es: «Y qué podré yo darte a ti / A
cambio de tan grande don. / Es todo pobre, todo ruin / Toma, oh Señor, mi
corazón».
Señor, te
entrego hoy mi vida entera.
Es nuestro privilegio darle todo lo que tenemos a Aquel que nos dio todo en la cruz.
Es nuestro privilegio darle todo lo que tenemos a Aquel que nos dio todo en la cruz.
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