domingo, 5 de marzo de 2017

La vida continúa…

… es una frase que siempre estará en mi memoria hasta el día de mi muerte. Cada vez que ocurría algún suceso que me impactaba o desalentaba, mi madre tenía a flor de labios esta frase. Está hecha a propósito para muchas situaciones y tiene su razón.
Hace un par de años mi padre tuvo un problema de salud que hasta el día de hoy lo tiene atrapado. Cuando comenzó el proceso, de día y de noche pensaba en él, en su situación y en las consecuencias que traería esto a su vida. Estaba en un periodo de pruebas y exámenes finales en la universidad, lo que me tenía aún más abrumada. En medio de un viaje exprés que hice para visitar a mi padre, la desolación y la desesperanza tocaron mi puerta. No creo, nunca, haberme sentido así antes y tampoco después; fue como si la esperanza se “saliera” de mi cuerpo y escogiera otra residencia.
la vida continuaVolví a mis quehaceres universitarios y todo marchaba muy rápido, como es la rutina en estas instituciones; debía juntarme para hacer trabajos en grupo y preparar exposiciones sin tener ganas siquiera de levantarme. Cada vez que mis compañeras me citaban para sesiones de trabajo, o debía trasnochar haciendo algún ensayo, me encolerizaba al pensar en la poca empatía hacia mi persona por parte de mis profesores y compañeras de carrera. Lloraba de angustia al sentir que debía continuar con el ritmo de siempre, pero con mucho menos de la mitad de la energía de siempre. Era frustrante y agotador.
Dentro de ese estado vino a mí la frase de mi madre “la vida continúa”, y comprendí que el mundo no se detiene ni debe detenerse por mi dolor o desesperanza. El resto de la gente que me rodeaba estaba perfectamente saludable, con la energía necesaria para trabajar y no era su culpa, ni la mía, que mi padre hubiese enfermado precisamente en época de exámenes. No se imaginan cómo, pero esto le dio paz a mi corazón. Mi sentimiento de culpa por no estar junto a mi padre y dedicarme a la universidad desapareció, y cuando se atreve a aparecer nuevamente, recuerdo exactamente la frase de mi madre, “la vida continúa”, y continuó para mí.
¡Ojo!, no digo que no haya que dolerse con el dolor ajeno, ni tampoco que haya que transformarse en una máquina productora de algo; se trata más bien de la actitud que tomamos ante la adversidad. Por ejemplo: me puedo detener en el borde del abismo y pensar solo en que en algún momento caeré, o puedo pensar en cómo atravesar al otro lado.

Estar comprometido con el sufrimiento ajeno o con el propio no tiene nada que ver con paralizar nuestras vidas en función del hecho que origina esta amargura, como tampoco con esperar que el resto del mundo haga una pausa en su vida para acompañarnos; sería irreal y fantasioso pensar que esto ocurrirá así el 100% del tiempo. La única persona que siempre está allí para nosotros es Jesús, ¡pero Él tampoco paraliza su vida! Sigue haciendo su trabajo, sigue bendiciendo vidas, escuchando peticiones, derramando sanidad, haciendo pactos eternos. ¿Se imaginan si Jesús se hubiese entristecido porque sus discípulos lo lloraron muy poco tiempo? ¿O que les hubiese pedido que se quedaran al lado de su sepulcro miles de horas vigilando su resurrección? ¡No!, Jesús dejó al Consolador, a Su Espíritu Santo, para que los acompañara en aquellos momentos difíciles, pero éste tampoco es estático o gira solo en torno a nosotros. El Espíritu Santo está todo el día trabajando y continúa haciendo Su obra en nosotros, aunque deseemos espacios de quietud y calma; no se mueve de acuerdo a nuestra necesidad, sino de acuerdo a Sus propios planes y tiempos.
Si llegase a suceder otro evento en tu vida que te tentara a esperar que el mundo se detuviese, recuerda que Jesús es movimiento, es dirección y siempre está avanzando. Quítale la pausa a tu vida, y tampoco esperes que el resto se mueva a tu ritmo y a tus tiempos. Lo único que importa aquí es el plan que hay tras el sufrimiento, porque al otro lado del abismo…

… ¡la vida continúa!

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