¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio Señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerlo estar firme. Romanos 14:4
Un maestro norteamericano aprendió una lección cuando unos alumnos del Sudeste de Asia lo conocieron. Después de hacer a la
clase un examen con sistema de elección múltiple, se sorprendió al ver que no habían
contestado a muchas preguntas. Mientras les devolvía las hojas corregidas, sugirió
que, la próxima vez, en lugar de dejar el espacio en blanco, eligieran una
respuesta al azar. Sorprendido, uno de los alumnos levantó la mano y preguntó:
«¿Y si, por casualidad, elijo la respuesta correcta? Implicaría que la sé, pero
no es cierto». El alumno y el maestro tenían perspectivas y prácticas
diferentes.
En la época del Nuevo Testamento, los judíos y los
gentiles convertidos a Cristo llegaban con perspectivas tan diferentes como las
de Oriente y Occidente. Poco después, no coincidían en temas como en qué días
adorar o qué podía comer y beber un seguidor de Cristo. El apóstol Pablo los
instó a recordar algo importante: nadie está en condiciones de conocer ni juzgar
el corazón de otra persona.
Para mantener la armonía entre los creyentes, Dios
nos exhorta a entender que todos somos responsables ante Él, y a actuar conforme a su
Palabra y nuestra conciencia. Solo Él está en condiciones de juzgar las
actitudes de nuestro corazón (Romanos 14:4-7).
Señor, que
no juzguemos a quienes ven las cosas de manera diferente.
Sé lento para juzgar a los demás, pero rápido para juzgarte a ti mismo.
Sé lento para juzgar a los demás, pero rápido para juzgarte a ti mismo.
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