jueves, 23 de marzo de 2017

La penitencia y el ayuno en la iglesia primitiva

Los primeros cristianos procuraron revivir en sus vidas la Pasión de Cristo, tomando la propia cruz para seguirle, identificándose con Él mediante el espíritu de sacrificio y de penitencia. Supieron encontrar la mortificación en su vida ordinaria, en el cumplimiento de sus deberes, en lo pequeño de cada día. Vivían la sobriedad.

La Iglesia de los primeros tiempos también conservó la práctica del ayuno, siguiendo el ejemplo de Jesús en el desierto. Los Hechos de los Apóstoles mencionan celebraciones de culto acompañadas de ayuno. Pablo, en su misión apostólica, no se conforma con sufrir hambre y sed cuando las circunstancias lo exigen, sino que añade repetidos ayunos. La Iglesia ha permanecido fiel a esta tradición, procurando mediante el ayuno disponernos a recibir mejor las gracias del Señor. 

Los textos que vienen a continuación de los primeros escritores cristianos reflejan cómo vivían el ayuno y la penitencia.


Necesidad de la mortificación
La penitencia y el ayuno en la iglesia primitivaEl alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Muy importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar. Hermoso es mortificar el cuerpo. De ello te persuada Pablo, que sin cesar lucha y se sujeta con violencia (1 Corintios 9; 27), e inspira santo temor, con el ejemplo de Israel, a cuantos confían en sí mismos y condescienden con su cuerpo. Que te persuada el mismo Jesús, con su ayuno, su sometimiento a la tentación y su victoria sobre el tentador (Mateo 4; 1). 
No creamos que es suficiente un fervor pasajero de la fe, porque es preciso que cada uno lleve continuamente su cruz, para dar a entender de este modo, que es incesante nuestro amor a Jesucristo.  
El camino por el que viene el Señor, penetrando hasta dentro del hombre, es la penitencia, por la cual Dios baja a nosotros. De aquí el principio de la predicación de Juan: haced penitencia.   
La mortificación purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne propia al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad.   
Si eres miembro de Cristo, tú, quienquiera que seas, debes saber que todo lo que sufres por parte de aquellos que no son miembros de Cristo es lo que faltaba a la pasión de Cristo. Por esto la completas, porque faltaba; vas llenando la medida y no la derramas; sufres en la medida de que tus tribulaciones se han de añadir a la totalidad de la pasión de Cristo, ya que Él, que sufrió como cabeza nuestra, continúa ahora sufriendo en sus miembros, es decir, en nosotros.  
Sobre el Ayuno
El libro del Pastor de Hermas (Hermas fue un escritor cristiano autor del Pastor de Hermas, un texto del siglo II que constituye el escrito más largo del período de los Padres Apostólicos. Orígenes y Eusebio de Cesarea lo identifican con el Hermas mencionado en un saludo al final de la carta de san Pablo a los romanos), refleja el estado de la cristiandad romana a mediados del siglo II. Tras una larga pausa de tranquilidad sin sufrir persecución, parece que no era tan universal el buen espíritu de esos primeros tiempos. Junto a cristianos fervorosos, había muchos tibios; y esto en todos los niveles de la Iglesia. No es de extrañar, pues, que el libro gire en torno a la necesidad de la penitencia y el ayuno…) 
Los ayunos agradables a Dios tienen como premisa: no hagas mal y sirve al Señor con corazón limpio; guarda sus mandamientos siguiendo sus preceptos y no permitas que ninguna concupiscencia del mal penetre en tu corazón. Si esto haces, tu ayuno será grato en la presencia de Dios.  El ayuno es sobremanera bueno, a condición de que se guarden los mandamientos del Señor. Así pues, el ayuno lo deberás observar de este modo: ante todo, guárdate de toda mala palabra, de todo deseo malo y limpia tu corazón de todas las vanidades de este siglo. Si esto guardares, este ayuno tuyo será perfecto.
Por lo demás, lo harás de esta manera: el día que ayunes no tomarás nada sino pan y agua, y de la comida que habías de tomar calcularás la cantidad de gasto que correspondería a aquel día y lo entregarás a una viuda, a un huérfano o a un necesitado. Y te humillarás de manera que quien tomare de tu humillación sacie su alma y ruegue por ti al Señor.        
Así como es peligroso sobrepasar los límites de la templanza en el comer, también está fuera de razón abatir demasiado el cuerpo con abstinencias excesivas, inutilizándolo para todo lo bueno por haberlo enflaquecido demasiado. Estamos, pues, obligados a cuidar de nuestros cuerpos 
Todo redunda en el ayuno del alimento como una práctica necesaria para ser caritativo, en el ayuno constituido por la continencia con vistas a la santidad, el ayuno de las palabras vanas o detestables, el ayuno de la cólera, el ayuno de la propiedad de los bienes con vistas al ministerio, y en el ayuno del sueño para dedicarse a la oración.   
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario