No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. Hebreos 13: 2
La ocasión en que invitamos a comer a familias de
cinco naciones sigue siendo un recuerdo maravilloso. De algún modo la
conversación no fue solo entre dos, sino que todos participamos del debate sobre la
vida en Londres, aportando perspectivas de diferentes partes del mundo. Esa
noche, mi esposo y yo reflexionamos en que habíamos recibido más de lo que
habíamos dado, incluida la calidez que sentimos al desarrollar amistades nuevas
y aprender de culturas diferentes.
El escritor de Hebreos concluyó sus conceptos con
algunas exhortaciones respecto a la vida comunitaria; entre ellas, que sus
lectores debían continuar recibiendo a los extranjeros. Al hacerlo, «algunos,
sin saberlo, hospedaron ángeles» (13:2). Tal vez se refería a Abraham y Sara,
quienes, como vemos en Génesis 18:1-12, recibieron a tres extraños, fueron
generosos con ellos y les prepararon un festín, tal como se acostumbraba en los
tiempos bíblicos. No sabían que las visitas eran ángeles que les llevaban un
mensaje de bendición.
Cuando invitamos a alguien a nuestra casa, no lo hacemos esperando
recibir algo a cambio, pero, a menudo, recibimos más de lo que damos. Que el
Señor extienda su amor a través de nosotros y dé la bienvenida a aquellos con
quienes compartimos.
Señor,
quiero glorificarte compartiendo con otros lo que me has dado.
Cuando somos
hospitalarios, compartimos la bondad y las dádivas de Dios.
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