… ahora
tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os
quitará vuestro gozo. Juan 16;22
La orgullosa abuela sostenía con fuerza dos
fotografías mientras las mostraba a sus amigos en la iglesia. Una era de su
hija, en Burundi, África. La otra, de su nieto recién nacido. Sin embargo, la
hija no sostenía al bebé, ya que había muerto al dar a luz.
Y, sí, la entendía. Dos meses antes había sepultado
a su hijo.
Hay algo especial en el consuelo de quienes han
experimentado el mismo dolor. Entienden. Antes de ser arrestado, Jesús advirtió
a sus discípulos: «De cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el
mundo se alegrará». Pero, de inmediato, los consoló: «pero […] vuestra tristeza
se convertirá en gozo» (Juan 16:20). Horas más tarde, los discípulos quedarían
devastados, pero, poco después, su agobiante tristeza se transformó en un gozo
inimaginable cuando lo vieron vivo de nuevo.
Isaías profetizó sobre el Mesías: «Ciertamente llevó
él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores» (53:4). Tenemos un Salvador
que no solo entiende nuestro dolor; lo vivió. Jesús lo entiende y le interesa
cómo nos sentimos. Un día, nuestra tristeza se convertirá en gozo.
Señor,
cuando te veamos, la tristeza se convertirá en gozo.
Cuando ponemos nuestras preocupaciones en sus manos, Dios pone paz en nuestro corazón.
Cuando ponemos nuestras preocupaciones en sus manos, Dios pone paz en nuestro corazón.
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