viernes, 24 de marzo de 2017

Cosechas lo que siembras

Cuenta un relato sobre un niño que vivía en Nepal con sus padres y su abuelo anciano. Su mamá permanentemente se quejaba de que el abuelo demandaba una constante atención y que era una carga para la familia.
Era tanto el desprecio que les inspiraba el abuelo, que en algunas oportunidades, ni siquiera lo tenían en cuenta a la hora de comer. El único que tenía una relación estrecha y buena con su abuelo era el niño, quien generalmente guardaba comida a escondidas de su madre, para dársela más tarde al anciano.
COSECHAS LOS QUE...Hasta que un día, la madre del chico, enterada de la complicidad entre niño y viejo, les dio un ultimátum: ¡el abuelo debía abandonar la casa!…. Así es que el padre del niño, un hombre falto de carácter, al no poder controlar la situación, decidió enviar a su padre a su pueblo natal, donde le correspondería vivir solo. Y como era costumbre, compró una silla de mimbre para llevar al anciano.
A la mañana siguiente, cargaron al abuelo en la silla y partieron al pueblo. El niño rogó que no se lo llevasen, pero pese a sus súplicas y a su llanto, ninguno de los padres se conmovió. No le quedó más remedio al chico que despedirse del abuelo y aprovechar para decirle a su padre: Papá no vayas a olvidarte de traer de vuelta la silla de mimbre.
El padre, un tanto intrigado, le preguntó: ¿Traer de regreso la silla?, … ¿y para qué?, ¿qué vamos a hacer con la silla de mimbre? A lo que el niño respondió: “Padre, quiero tenerla en casa para cuando tú envejezcas como el abuelo y seas una carga para la familia, llevarte en la silla y dejarte en el pueblo”.
Queridos amigos y amigas: La lealtad es uno de los valores más sublimes y a la vez, más complicados de mantener. Y las víctimas de la deslealtad generalmente son los nuestros, aquellos a quienes decimos amar o querer. Porque con nuestro engañoso corazón amamos a  los demás cuando estos están gozando de éxito, de prosperidad, de salud, de bienestar, o sea cuando está bien. Pero cuando estas mismas personas han caído, cuando ya no son exitosas ni prósperas, y hasta han envejecido, las apartamos de nuestra lista de intereses, las ignoramos por sentir que nos molestan. De ahí que muchos refugios, hospitales, casas de beneficencia, asilos de ancianos, están saturados de viejecitos(as) que después de haber sido personas de bien, bien pensantes, trabajadores, honestos, que han generado recursos y amor en sus hogares, terminan abandonados como objetos sin valor, ignorados por sus familiares, por la sociedad.

La Sagrada Escritura en el libro de Gálatas 6: 9-10 menciona lo siguiente: “No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos. Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe.”

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