jueves, 16 de febrero de 2017

Un corazón como el del Padre

Como la necesidad espiritual solamente puede ser saciada al entrar en intimidad con Dios mismo, la misericordia es fruto del hambre y sed de justicia.
Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, 
5:2 y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles diciendo:
5:3 Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.
5:4 Dichosos los que lloran, porque serán consolados.
5:5 Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia.
5:6 Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
5:7 Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión.
5:8 Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios.
5:9 Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
5:10 Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece.
5:11 Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. 
5:12 Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes.  Mateo 5:1-12

Resultado de imagen de Un corazón como el del Padre«Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia.» Mateo 5:7 En esta bienaventuranza tenemos una de las más claras evidencias de que es Dios el que obra en la transformación en la vida del que obra y no en la persona misma que sufre. La misericordia se refiere específicamente a la sensibilidad al dolor de otros que, a su vez, produce el deseo de aportar alivio al afligido. No cabe duda de que esta postura refleja el carácter de nuestro Dios, pues la misericordia tiene que ver con un corazón compasivo, bondadoso y tierno. No mide si la otra persona es merecedora de nuestro socorro, sino que se da a sí mismo por el bien del otro.
Conforme a la progresión espiritual que hemos notado, es natural que esta actitud de misericordia sea fruto del hambre y sed de justicia. Esa necesidad espiritual solamente puede ser saciada al entrar en intimidad con Dios mismo. Mas la cercanía a Su Persona, no solamente sacia las necesidades de nuestra alma, sino que comienza a contagiarnos de la visión que Dios mismo tiene de las personas. Ya no juzgamos con dureza a aquellos que están en situaciones difíciles, condenándolos porque vemos en sus vidas las claras consecuencias del pecado. Más bien, comenzamos a comprender que son personas atrapadas en un sistema maligno, cegadas por las tinieblas de este mundo, que necesitan con desesperación que alguien se les acerque para indicarles el camino hacia la luz y la vida.

¡Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán aún mayores demostraciones de misericordia!
No hace falta señalar que la expresión de misericordia muchas veces escandaliza a los que pretenden ser los auténticos defensores de todo lo que es bueno y justo. Los fariseos, por ejemplo, no mostraron ni una pizca de misericordia hacia la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8). Lejos de desear que fuera librada del lazo en el que había caído, la trajeron a Jesús buscando su aprobación para la condenación que ya habían forjado en sus propios corazones. 

Jesús no dijo, en ningún momento, que aprobaba la práctica del adulterio. Sin embargo, demostró compasión al afirmar que no la condenaba, aunque era digna de condenación. De la misma manera, Simón el fariseo se mostró horrorizado de que el Maestro permitiera que una mujer pecadora tocara a Jesús (Lucas 7). ¡Un fariseo jamás hubiera tenido contacto con esta clase de persona! Jesús, no obstante, le extendió la bondadosa compasión de Dios y fue, literalmente, transformada en otra persona. En esa ocasión Jesús señalaría que «el que mucho ama, de mucho ha sido perdonado» confirmando que la misericordia es, en efecto, consecuencia de reconocer nuestra propia pobreza de espíritu. Por esto necesitamos que nos recuerde a diario lo mucho que nos ha amado.

En varios momentos durante su peregrinaje, Cristo le recordó a los discípulos que Dios sería generoso con aquellos que eran generosos. El principio es claro: todos hemos recibido la invitación a ser parte del reino. Pero una vez que hemos sido integrados en él, es inadmisible que no tengamos la misma actitud de misericordia hacia los demás que se nos ha concedido a nosotros. ¡Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán aún mayores demostraciones de misericordia!




No hay comentarios:

Publicar un comentario