jueves, 23 de febrero de 2017

Nada ni nadie por encima de Él

«No tendrás dioses ajenos delante de Mí». Éxodo 20: 3
Todos los preceptos morales que presenta la Biblia, su santa ley, han sido grabados con el dedo de Dios sobre las dos tablas de piedra que le fueron entregadas a Moisés en el monte Sinaí. 
Imagen relacionadaLos cuatro primeros mandamientos nos presentan el deber de que los hombres y mujeres adoren y sirvan al Señor nuestro Dios, y a Él solamente. No enaltezcamos nuestro ego para idolatrarlo, y por supuesto, no hagamos del dinero un dios. Si no mantenemos los sentidos bajo el control de las facultades superiores de la mente, las bajas pasiones nos dominarán. Todo lo que sea objeto de pensamientos y admiracióindebidos, que absorba la mente, es un dios colocado por encima del Señor.
Los cuatro primeros mandamientos nos presentan el deber de servir al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, y con todas nuestras fuerzas. Esto, que incumbe a todo ser humano sobre la tierra, requiere un amor tan ferviente, tan intenso, que no podamos albergar en nuestro pensamiento nada, ni siquiera ningún afecto, que rivalice con el que hemos de sentir por Dios; y así lo que hagamos llevará el sello celestial. Todo es secundario comparado con la gloria de Dios. Nuestro Padre celestial debiera ser el objeto supremo de nuestros afectos , la luz y la culminación de nuestra existencia, pues Él es nuestra garantía de eternidad.
Jehová, el Eterno, el que posee existencia propia, el no creado, el que es la fuente de todo, y el que lo sustenta todo, es el único que tiene derecho a la veneración. Está acotado para el ser humano dar a cualquier otro objeto el primer lugar en sus afectos o en su servicio. Cualquier cosa que nos atraiga y que tienda a disminuir nuestro amor a Dios, o que impida que le rindamos el debido servicio es para nosotros un dios.

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