«Ciertamente volverán los redimidos de Jehová; volverán a Sión cantando y gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas. Tendrán gozo y alegría, y huirán el dolor y el gemido». Isaías 51:11

Theodore Roosevelt, expresidente de Estados Unidos, volvía a casa desde África tras un gran safari, cuando al subir a bordo del trasatlántico, en aquel puerto africano, un gran gentío aclamó su paseo por la alfombra roja. Fue agasajado con la mejor suite del barco, y los camareros lo llevaron en palmitas durante el viaje transoceánico de regreso a casa. En fin, el expresidente fue el centro de atención de todo el barco.
Pero a bordo del barco también había otro pasajero, un anciano misionero que había dedicado su vida a Dios en África. Con su esposa fallecida y sus hijos fuera del hogar, en aquel momento volvía solo a su patria. Nadie en aquel barco se fijó en él. Tras la llegada del trasatlántico a San Francisco, el presidente recibió una bienvenida triunfal, con sonido de silbatos, tañido de campanas y la aclamación del gentío que aguardaba, mientras Roosevelt descendía por la rampa de desembarco con gloria radiante. Pero nadie acudió a dar la bienvenida al misionero que regresaba. Solo, el anciano encontró un pequeño motel para pasar la noche. Cuando se arrodilló junto a su cama, su corazón se desgarró: «Señor, no me quejo, pero no entiendo. Te di mi vida en África, pero parece que a nadie le importa. Sencillamente, no lo entiendo».
Y luego, en la oscuridad, fue como si Dios se acercase a él desde el cielo y pusiera su mano sobre el hombro del anciano y le susurrase: «Misionero, tú aún no has llegado a casa».
Pero a bordo del barco también había otro pasajero, un anciano misionero que había dedicado su vida a Dios en África. Con su esposa fallecida y sus hijos fuera del hogar, en aquel momento volvía solo a su patria. Nadie en aquel barco se fijó en él. Tras la llegada del trasatlántico a San Francisco, el presidente recibió una bienvenida triunfal, con sonido de silbatos, tañido de campanas y la aclamación del gentío que aguardaba, mientras Roosevelt descendía por la rampa de desembarco con gloria radiante. Pero nadie acudió a dar la bienvenida al misionero que regresaba. Solo, el anciano encontró un pequeño motel para pasar la noche. Cuando se arrodilló junto a su cama, su corazón se desgarró: «Señor, no me quejo, pero no entiendo. Te di mi vida en África, pero parece que a nadie le importa. Sencillamente, no lo entiendo».
Y luego, en la oscuridad, fue como si Dios se acercase a él desde el cielo y pusiera su mano sobre el hombro del anciano y le susurrase: «Misionero, tú aún no has llegado a casa».
Sábado 31 de diciembre 2016 | Devoción Matutina para Adultos 2016 | El regreso al hogar
ResponderEliminarDEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2016
ELEGIDOS
El sueño de Dios para ti
Por: Dwight K. Nelson