miércoles, 18 de enero de 2017

El Avaro de Marsella

La ciudad de Marsella, en el sur de Francia, es famosa por sus hermosos jardines, pero no siempre fue así. Tiempo atrás fue un lugar seco y árido. Hace muchos años vivía en aquella ciudad un señor llamado Guizón. Era un hombre que trabajaba duro para ganar y ahorrar su dinero. Siempre llevaba puesta ropa muy desgastada y comía lo más barato y sencillo. Se negaba no solamente los lujos de esta vida sino también las comodidades más sencillas. Lo conocieron en Marsella como un avaro, y a pesar de ser sumamente honrado en todas sus transacciones y cumplir fielmente todas sus obligaciones y labores, todo el mundo lo despreciaba. Cada vez que lo veían pasar, mal vestido por la calle, los muchachos gritaban:
anciano– ¡Miren al viejo tacaño!
Pero él seguía su camino sin hacerles caso. Si alguien le hablaba, siempre contestaba cortés y suavemente. 
Pasaron los años y por fin, con su cuerpo encorvado por los arduos trabajos y su cabello blanco como la nieve, Guizón murió a la edad de más de 80 años. Fue entonces cuando descubrieron que había ahorrado una gran fortuna en plata y oro. Y entre sus papeles encontraron su testamento que contenía lo siguiente:
-Hace muchos años yo era pobre y me di cuenta que los habitantes de Marsella sufrían mucho por la escasez de agua pura. Sin familia, he dedicado toda mi vida a ahorrar suficiente dinero para poder construir un acueducto para proveer agua para todos los pobres de esta ciudad, para que aún la persona más necesitada no la eche en falta.
Sin amigos, y muy solo durante el transcurso de su vida, Guizón vivió con el fin de poder realizar esta noble meta de beneficiar hasta los que no lo entendieron y lo trataron mal. Murió sin oír ni una palabra de agradecimiento.
En un país oriental, hace muchos años, vivió otro hombre, no comprendido, “despreciado y desechado entre los hombres.” Él también escogió una vida de pobreza. No tenía donde recostar su cabeza. “Por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”, (2 Corintios 8:9). Sin embargo, tan grande fue la malevolencia contra este hombre “manso y humilde de corazón,” que la gente pidió a gritos su muerte:
-¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!
Fue colgado sobre una cruz donde todos los que lo vieron lo escarnecieron. Lo menospreciaban en gran manera y lo sufrió para nosotros. “Fue entregado por nuestras transgresiones, resucitado para nuestra justificación”, (Romanos 4:25).
El testamento de Guizón proveyó agua fresca para todos los pobres de Marsella; pero el Señor Jesucristo, con su muerte y resurrección, ha provisto para cualquier ser humano, hombre, mujer, niño o niña, una abundancia de agua viva que nunca faltará ahora o en la eternidad.
En Marsella, como resultado de la abnegación de este señor compasivo, Guizón, el agua fue disponible para todos. Si alguien no quería tomar esta agua, el sacrificio y las privaciones de Guizón no lo beneficiarían.
Pero su abnegación no puede compararse con la del Señor Jesús, quien pagó un coste infinito para redimimos de nuestros pecados y proveer el camino de salvación, por sus sufrimientos y su muerte en la vergonzosa cruz.
El agua fue regalada a cualquiera que la tomara. Hoy en día el agua viva fluye gratuitamente. “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, …venid, comprad sin dinero y sin precio vino y leche” (Isaías 55:1). La salvación, por medio de fe en el Señor Jesucristo, está al alcance de todos, pero la Biblia nos dice: “La salvación es de Jehová,” Jonás 2:9. No se la puede comprar ni ganar. Dios, en su infinito amor, la ofrece a cualquiera que la acepte. Si tú no estás gozando la perfecta paz con Dios, inclínate ante Él reconociendo tus pecados, y acepta “el agua viva”, la salvación que Él te ofrece.

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