domingo, 11 de diciembre de 2016

El sentido de la justicia

“El Señor ya te ha dicho qué es lo que él espera de ti: que hagas justicia, que seas fiel y leal y que obedezcas humildemente a tu Dios” (Miqueas 6:8).

Cuando Japón declaró la guerra a los aliados, envió a campos de concentración a muchos extranjeros occidentales que vivían dentro de su territorio. En el campo de Shantung, por ejemplo, encerraron a un total de dos mil prisioneros: hombres de negocios, abogados, misioneros, doctores y maestros, entre otros. En aquel lugar no había ley ni orden, únicamente la necesidad de entenderse para no generar problemas y poder así sobrevivir. Pero los problemas llegaron, y sobre cosas tan insignificantes como la siguiente:
Resultado de imagen de El sentido de la justiciaEn uno de los cuartos tenían que dormir once hombres en el suelo. El espacio era tan reducido que, para caber todos y que nadie se quedara de pie sin dormir, se colocaban en posición fetal, y pasaban la noche sin moverse. Justo frente a su cuarto había otro, de las mismas dimensiones, en el que dormían nueve hombres. Creyendo que aquello era injusto, los prisioneros del cuarto de once fueron a hablar con los del cuarto de nueve: “¿Podríamos enviar a uno de nuestros hombres con ustedes, para que así seamos diez en ambos lados? De este modo todos tendríamos las mismas condiciones”. Desde luego, el planteamiento parecía justo.
Langdon Gilkey, escritor y teólogo norteamericano, que presenció la escena y la narró en su libro El campo de Shantung, cuenta lo que sucedió tras la petición: “Yo estaba seguro de que los nueve estarían de acuerdo, pero enseguida comenzaron las hostilidades". "Lo sentimos por ustedes, dijo el portavoz del grupo, pero su problema no tiene nada que ver con nosotros. Aquí ya somos muchos, y no vamos a permitir que entre ninguno más. Si alguno se atreve a cruzar ese pasillo, lo echaremos sin miramientos ”.
¡Cuánta falta nos hace tener un sentido claro de la justicia! Pero no un sentido claro y mínimo de ella, sino un sentido máximo. En cada una de nuestras interacciones diarias: en el reparto de tareas en el hogar; en los trabajos en equipo en la universidad; en las relaciones con jefes y compañeros en el trabajo; en las responsabilidades y actividades de la iglesia; o donde quiera que sea, el amor siempre debe ir de la mano de la justicia; de lo contrario, no es amor.

El amor sin la justicia es como un cuerpo sin columna vertebral. Paul Tillich

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