“No hay otro Dios como tú. Porque tú perdonas la maldad y olvidas las rebeliones”. Miqueas 7:18

“Te suplico, ¡oh clementísimo César!, que leyendo mis versos depongas tu rencor. Confieso que es legítimo; no niego que lo merecí; el pudor no huyó hasta ese punto de mis labios; pero sin mi falta, ¿qué merced podrías otorgarme? Mi culpa te ha dado motivo para el perdón”.
¿Sabes qué hizo el César? No lo perdonó, y Ovidio pasó el resto de su vida en el destierro.
Cuán distinto es Dios. Lo hemos ofendido una y otra vez. Hemos pecado vez tras vez; le fallamos continuamente. Sin embargo, a diferencia de Augusto, Dios siempre estará presto para perdonamos todas las veces que acudamos a Él, y reconozcamos nuestros delitos y pecados. Moisés declaró que Dios “por mil generaciones se mantiene fiel en su amor y perdona la maldad, la rebeldía y el pecado” (Éxodo 34:7). El Salmista dijo: “Pero te confesé sin reservas mi pecado y mi maldad; decidí confesarte mis pecados, y tú, Señor, los perdonaste” (Salmo 32:5). El profeta Miqueas no se quedó atrás y exclamó: “No hay otro Dios como tú, porque tú perdonas la maldad y olvidas las rebeliones” (Miqueas 7:18). Dice Elena de White, escritora cristiana estadounidense, que “cuando veas la enormidad del pecado, cuando te veas como eres en realidad, no te entregues a la desesperación, pues es a los pecadores a quienes Cristo vino a salvar”.
Parafraseando a Ovidio podría decirte: “Tu pecado le ha dado a Dios la oportunidad que Él necesitaba para poder perdonarte”. “Hijitos, os escribo a vosotros, porque Dios, gracias a Jesucristo, os ha perdonado vuestros pecados” (1 Juan 2:12).
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