sábado, 20 de febrero de 2016

Obediencia, no esclavitud

Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. Juan 15:14-15
El pecado entró en el mundo por la desobediencia de Adán y Eva al único mandamiento que Dios les había dado. En la actualidad, lo que caracteriza a un cristiano es que posee la vida de Cristo. Por lo tanto debería, al igual que Cristo, obedecer a Dios. Pero, ¿por qué a menudo esta obediencia es considerada como una carga? Es cierto que en nuestra mente la obediencia es opuesta a la noción de libertad, la cual hoy en día todos reivindican. 
Pero olvidamos que existen varias formas de obedecer:
– Por obligación: en la época de la esclavitud no se le preguntaba a un esclavo si quería obedecer; estaba obligado a hacerlo, por la fuerza si era necesario. Asimismo, la obediencia que los padres piden a un niño para formarlo y protegerlo del peligro es parte de su educación.
– Por necesidad: los que son asalariados tienen que estar atentos a las órdenes de su jefe, si quieren conservar su trabajo.
– Por amor: para obedecer, el creyente aduce un motivo diferente a la obligación o a la necesidad; lo hace por amor a Dios, quien se le reveló como un Padre lleno de ternura; y también por amor a su Salvador, quien dio su vida para librarlo de la perdición eterna. Él dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).
Consideremos, pues, la obediencia a Dios como asociada a la libertad del amor y no a la esclavitud.

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