martes, 27 de diciembre de 2016

¿Dijiste recibir lo malo?

Cuenta el decimoctavo libro de la Sagrada Escritura, que la esposa de Job, en medio de la aflicción y las enormes pruebas financieras y de salud que él estaba padeciendo, lo increpó de la siguiente manera: “…¿Todavía mantienes firme tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete! Pero Job le respondió: “Mujer, hablas como una necia. Si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos también recibir lo malo?”…(Job 2:9,10)
¿Saber recibir lo malo? … es ésta una declaración que en la actualidad a muchos nos gustaría saber repetirla y sobre todo, saber aplicarla con convicción a nuestra vida diaria.
En la Biblia encontramos múltiples ejemplos de hombres y mujeres que, de igual manera, recibieron con serenidad y temple, lo que en ese momento parecía malo; personajes que, pese a ser probados en su fe, no menguaron en la confianza y el amor a su Creador. Los casos son múltiples, pero para ilustración nos bastaría con recordar a algunos líderes escogidos por Dios. Por ejemplo: Noé, frente a la incredulidad de su gente; Moisés frente a la inconstancia de su pueblo; las dos esposas de Esaú, que fueron una fuente de amargura para Isaac y Rebeca. David enfrentando los celos enfermizos de su suegro, el rey Saúl, y también cargando su propia debilidad por las mujeres. Imaginemos los conflictos familiares del profeta Oseas, cuya esposa fue adúltera. Acordémonos que Noemí tuvo que soportar la dolorosa pérdida de su esposo y sus dos hijos. Recordemos a José frente a la ingratitud de sus hermanos, el exilio, y la esclavitud. Pensemos en la experiencia amarga de Job, al ser puesto a prueba con la muerte de sus diez hijos, su bancarrota financiera y su penosa enfermedad, a lo que se agregó la frialdad de su esposa y la crítica de sus amigos.
El mismo Jesucristo, en su esencia humana, sobrellevó padecimientos, tentaciones y privaciones.
Por ello es bueno que cada vez que estemos cercados por los problemas, penurias o sufrimientos, recordemos que no fuimos, no somos, ni seremos los únicos; que todos llevamos cargas, o que, al estilo del apóstol Pablo, se nos ha puesto un aguijón que molesta en nuestra carne, y del cual no solo hay que pedir a Dios que nos lo retire, sino más bien que nos conceda el temple y la serenidad para resistirlo.
Aprendamos a confiar, a esperar, y a alabarlo a Él, no solo en los tiempos buenos, sino también en los que nos parecen malos para nuestros intereses; y, digamos también como Job: Si de Dios sabemos aceptar lo bueno, ¿no sabremos también aceptar lo malo?

La Sagrada Escritura cuenta que Pablo, al referirse a su propio aguijón, manifestó: “… tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí, y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”. (II de Corintios 12: 8,9).

No hay comentarios:

Publicar un comentario