… pues ya sabéis que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir (la cual recibisteis de vuestros padres) no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. 1 Pedro 1:18-19
Se cuenta que, en el año 75 a.C., un joven de la
nobleza romana llamado Julio César fue secuestrado por piratas, tras lo cual se
pidió un rescate para liberarlo. Cuando exigieron 20 talentos de plata (unos
600.000 dólares de hoy), César se rió y dijo que era evidente que no tenían ni idea de
quién era él. Entonces, insistió en que elevaran el montante del rescate a 50
talentos. Creía que valía más de 20.
¡Qué diferencia vemos entre la arrogante valoración
personal de César y el precio que Dios le pone a cada ser humano! Nuestro valor
no se mide en términos monetarios, sino en función de lo que el Padre celestial
ha hecho a nuestro favor.
¿Cuál fue el precio del rescate que pagó para
salvarnos? La sangre de su único Hijo al morir en la cruz. Así, el Padre nos
liberó de nuestro pecado: «fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir,
la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o
plata, sino con la sangre preciosa de Cristo» (1 Pedro 1:18-19).
Dios nos amó tanto que entregó a su Hijo para que
muriera en la cruz y resucitara de los muertos para redimirnos y rescatarnos. Éste es el valor que tienes para Él.
Padre,
gracias por el precio que pagaste para que fuera perdonado. Que mi vida sea una
expresión constante de gratitud hacia ti.
Nuestro valor
lo determina el precio que Dios pagó para rescatarnos.
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