Recientemente pensé en mi vida desde el momento en que comencé a seguir seriamente a Jesucristo hasta el presente. Si hubiera sabido, al inicio de la travesía, todos los sitios por los que Dios me conduciría, probablemente hubiera tenido miedo de inscribirme al viaje.
No obstante, al mirar hacia atrás, me doy cuenta de que Dios sostuvo mi mano y me dejó avanzar a pequeños pasos. Tuve momentos de gran desánimo, como todos. Hubo momentos de lágrimas amargas por mis fracasos personales, pero Dios siguió impulsándome hacia adelante.
Ése es el secreto de vivir la vida cristiana victoriosa: avanzar poco a poco, progresar cada vez un poco hacia adelante a lo largo de los meses y años con tenacidad. La mayoría de nosotros lo entendemos así, y lo mismo se puede decir respecto a la batalla en la mente. No derrotamos por completo a Satanás en un solo gran golpe y luego vivimos en victoria felices para siempre, ¡no! Ganamos una pequeña batalla, y luego nos preparamos para ganar la siguiente. Quizá haya algunas victorias importantes que logremos en un instante, pero no muchas serán así. La lucha para destruir las fortalezas de Satanás viene principalmente por medio de ir avanzando tenazmente todos los días.
La primera vez que pensé en ese hecho, fue desalentadora, hasta que me di cuenta de la sabiduría de Dios. Después de que los judíos salieron de Egipto y deambularon en el desierto, Dios les habló antes de que entraran a la Tierra Prometida. Era una tierra especial: fértil, hermosa y les había sido prometida. Pero en los más de 400 años desde que Jacob y sus hijos salieron de esa tierra, otros se habían mudado a ella y estaban ocupando una tierra que no les pertenecía.
Para los hijos de Israel no era solamente un asunto de entrar y establecerse. Tenían que pelear por cada pulgada de tierra, a pesar de que era su herencia.
Así es como funciona el principio espiritual en todos los niveles. Dios tiene las bendiciones esperándonos, pero depende de nosotros entrar y tomar la tierra. Al igual que con los judíos de la antigüedad, es una batalla.
En el epígrafe de ese capítulo bíblico, Dios habla acerca de las bestias del campo. Había muchos animales salvajes en la tierra y podrían ser peligrosos. ¿Pero qué pasaría si pensáramos que estas bestias son siempre superadas por nuestro orgullo? ¿Y qué pasaría si Dios nos diera una victoria plena y completa y nunca tuviéramos que batallar de nuevo?, ¿cómo nos afectaría? Con toda seguridad el orgullo se metería subrepticiamente.
Nuestra actitud entonces sería menospreciar a otros que no hubieran sido tan victoriosos como nosotros. Quizá no expresaríamos nuestro desdén con palabras, pero aquellos a quienes desdeñáramos ¿no sentirían que pensamos que somos superiores? Y, verdaderamente, ¿no nos sentiríamos superiores? Nosotros ya lo logramos, y esas pobres almas siguen batallando…
Mas Dios tiene un plan maravilloso para cada uno de nosotros, pero nunca llega con una sola victoria importante, de modo que no tengamos que volver a luchar. Más bien es una batalla continua, y debemos permanecer vigilantes y atentos a los ataques del enemigo.
Otro aspecto es que como avanzamos poco a poco, saboreamos cada victoria. Cada vez que vencemos o destruimos una de las fortalezas de Satanás nos regocijamos, y así podemos permanecer en un estado constante de agradecimiento. Si solo hubiéramos tenido una victoria, la cual hubiera sucedido hace treinta años, qué monótonas serían nuestras vidas. O peor aún, qué fácil sería para nosotros dar a Dios por... ¿obviado? ¿No es mejor servir a un Dios que nos lleva lentamente hacia adelante, siempre mostrándonos el camino, animándonos todo el tiempo? Así nosotros siempre tendremos nuevos horizontes que alcanzar, ¡y eso hace que el viaje con Dios sea emocionante!
Otro aspecto es que como avanzamos poco a poco, saboreamos cada victoria. Cada vez que vencemos o destruimos una de las fortalezas de Satanás nos regocijamos, y así podemos permanecer en un estado constante de agradecimiento. Si solo hubiéramos tenido una victoria, la cual hubiera sucedido hace treinta años, qué monótonas serían nuestras vidas. O peor aún, qué fácil sería para nosotros dar a Dios por... ¿obviado? ¿No es mejor servir a un Dios que nos lleva lentamente hacia adelante, siempre mostrándonos el camino, animándonos todo el tiempo? Así nosotros siempre tendremos nuevos horizontes que alcanzar, ¡y eso hace que el viaje con Dios sea emocionante!
Dios, por favor, perdóname por querer toda la victoria en este momento. Ayúdame a darme cuenta de que a medida que lucho y clamo a ti, veo tu mano maravillosa, amorosa y cuidadosa llevándome hacia adelante; poco a poco. Por eso, estoy agradecido. Amén.
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