Nadie
tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos (Juan
15:13).
Durante el levantamiento de los bóxer en China (grupo de misioneros), en
1900, estos misioneros que estaban rodeados en una casa en T’ai Yüan Fu, decidieron que la
única esperanza de sobrevivir era correr entre la multitud que gritaba que
murieran. Ayudados por sus armas, escaparon de la amenaza. Sin
embargo, Edith Coombs, al notar que dos de sus alumnos chinos heridos no habían
escapado, volvió. Rescató a uno, pero, al regresar por el otro, tropezó y la
mataron.
Mientras tanto, los misioneros sitos en Hsin Chou habían
escapado y estaban escondidos. Ho Tsuen Kwei, un amigo chino que los acompañaba,
fue capturado cuando buscaba un camino para que ellos escaparan, y lo mataron
por negarse a revelar dónde estaban.
Edith y Tsuen son ejemplos de un amor que sobrepasa
lo cultural y nacional. Su sacrificio nos recuerda la gracia y el amor
ilimitados de nuestro Salvador.
Mientras Jesús esperaba que lo arrestaran y
ejecutaran, oró con fervor: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa». Pero
concluyó ese ruego con una decidida muestra de valentía, amor y sacrificio:
«pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42). Su muerte y
resurrección hicieron posible que pudiéramos vivir eternamente.
Señor, que nuestro amor de unos por otros sea un testimonio al mundo de la unidad que tenemos en ti, y que deseen conocerte también.
Solo la luz del amor de Cristo puede disipar la oscuridad del odio.
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