¡Uhmmm!, recuerdos de aquellas primeras clases en la Universidad que me producen nostalgia al ver lo llena que estaba de pequeños temores, de dudas, de sueños y expectativas. Mi profesora, a quien nunca logré agradar, nos dijo “el lenguaje crea realidad, y cuanto antes lo entiendan, mucho mejor”. Esa frase se me quedó grabada y hasta el día de hoy es parte de mi “filosofía”. Efectivamente, el lenguaje crea realidad; lo que yo digo comienza a ser un hecho, algo que veo y que existe.
Cuando uno está enamorado y habla de la persona que ama, parece que la ama aún más, como si todo lo bueno que tiene se hiciera aún más evidente. A través de lo que va diciendo, se va dando cuenta del compañero o compañera que tiene. Cada vez que se habla, se construye una realidad.
Si comienzo el día diciendo que es horrible, que será pesado y que está lleno de cosas que no tengo ganas de hacer, mi disposición ante este día que comienza no será la mejor y mi día se perfilará de acuerdo a lo que declaro con los dichos de mi boca. Por el contrario, si comienzo el día declarando que será bueno, que tendrá situaciones difíciles pero de las cuales aprenderé, que soy optimista respecto a lo que vaya a ocurrir, mi disposición y ánimo también cambiará.
Tiempo atrás leí la historia de un hombre que tenía cáncer en la garganta y que en breve plazo no podría hablar o emitir sonidos, puesto que la única forma de salvarle la vida era extirpándole todas las estructuras físicas encargadas de esta importante función. El mismo día de la operación, en la camilla y poco antes de que lo adormecieran por completo para empezar la intervención quirúrgica, el médico le preguntó si había algo que le gustaría decir, puesto que esas serían las últimas palabras que emitiría. El hombre, tendido sobre la camilla y con los ojos puestos en los del médico, balbuceó una palabra que no pudo entenderse muy bien; la volvió a repetir sin ser escuchada por el doctor pero sí por el anestesista que estaba a su lado, y la repitió hasta quedarse totalmente dormido…
Al terminar la operación con éxito, extirpándole el tumor canceroso aunque, como estaba previsto, transformando al paciente en una persona sin la posibilidad de hablar, el doctor se acercó al anestesista y con curiosidad, le preguntó cuál fue la última palabra del paciente. El anestesista lo miró y sonriendo, le dijo: “Su última palabra fue JESÚS”.
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