Gladys Aylward, misionera en China más de 50 años, se vio forzada a huir cuando los japoneses invadieron Yuncheng. Ayudada solo por otra persona, condujo un grupo de cien huérfanos a través de las montañas, hacia la China libre. Durante el viaje, fue presa del temor, de tal forma que tras pasar una noche sin dormir, la mañana siguiente se presentaba sin esperanza de alcanzar un destino seguro.
Fue entonces, cuando una niña del grupo de trece años le recordó la historia de Moisés y el Mar Rojo. “Pero yo no soy Moisés”, suspiró Gladys en su desesperación. “Claro que no lo eres” dijo la joven, ¡pero Dios sigue siendo Dios! Cuando Gladys y los huérfanos consiguieron llegar a un lugar seguro, fueron una prueba fehaciente más de que no importa lo impotentes que nos sintamos, porque Dios es siempre Dios y podemos seguir confiando en Él.
A veces Dios calma la tormenta, y otras deja que la tormenta se enfurezca y luego nos da calma en medio de ella. En cualquier caso, siempre nos sostiene y nos saca adelante. Podemos elegir: damos nuestras cargas a Dios o las llevamos nosotros mismos.
¿Cómo provee Dios? Día tras día.
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