Había un hombre que odiaba a una zorra porque le ocasionaba ciertos daños ocasionalmente. Después de mucho intentarlo pudo al fin atraparla, y buscando vengarse de ella, le ató a la cola una mecha empapada en aceite y la prendió fuego. El animal, desesperado, corrió campo a través, alcanzando los cultivos de aquél granjero (era la época en que la siembra estaba lista para la recolección). El labrador siguiendo a la zorra, contempló impotente y llorando, cómo al pasar ella por sus campos, se quemaba toda la producción.
No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Romanos 12:19.
Los hijos y las hijas de Dios Creador, en muchas ocasiones se verán afectados por situaciones dolorosas, provocadas por familiares, amigos, compañeros de trabajo o de escuela, o de alguien ni siquiera imaginado, acciones que por su naturaleza ocasionan gran contrariedad, y que no necesariamente tienen que ver con el Evangelio. Circunstancias que alteran el ánimo del afectado de tal forma, que lo llevan a romper todo tipo de relación con el autor; es más, se puede presentar un impulso de revancha, el deseo de pagar con la misma moneda. Piense en el granjero... sentía tanta rabia contra la zorra, que sin medir las consecuencias y motivado por el deseo de venganza, lo perdió todo. La Sagrada Escritura, la Santa Biblia, expresa claramente que Dios no les ha dado autoridad a sus hijos e hijas para buscar castigo para el ofensor u ofensora. Sea cual sea la herida que se les ha causado, no debe hacer justicia por sí, pues eso le corresponde al Señor; vayan pues, con un corazón contrito y dejen todo a los pies de la cruz.
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