martes, 29 de noviembre de 2016

Agua para el corazón

“Cualquiera que beba del agua de este pozo volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo doy nunca más tendrá sed. Porque esa agua es como un manantial del que brota vida eterna”
(Juan 4:13, 14, TLA).
David sabía muy bien la importancia del agua para calmar la sed, tanto por fuera como por dentro.
El agua potable es vital para saciar nuestro cuerpo que, por cierto, está constituido básicamente de agua; y también para limpiarlo, tanto exterior como interiormente, de elementos contaminantes y nocivos para nuestra salud.
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Mas El Agua de vida, para saciar nuestra necesidad de Dios, es insustituible, por más que intentemos buscarle sustitutivos que no hacen sino agrandar nuestro vacío interno (y también el externo de una conducta superficial). Dios nos prometió a través del profeta: “Haré brotar ríos en áridas cumbres” (Isaías 41:18), y así lo hace en nuestra vida espiritual, dándonos esperanza cuando estamos desesperanzados.
¿Y qué podemos decir del agua física, que sustenta nuestro organismo? Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que es imprescindible para nuestro corazón.
El doctor Chan, de la Universidad de Loma Linda, California, llevó a cabo un estudio en el que hizo un seguimiento a 8.280 hombres y 12.017 mujeres durante seis años. Como resultado descubrió que los que bebían la mayor cantidad de agua diaria, en comparación con los que bebían mayormente otras bebidas como jugos, gaseosas, té o café, reducían considerablemente su riesgo de padecer un ataque cardíaco mortal. Es decir, que el agua es vital para el corazón.
Además de sus beneficios sobre nuestro metabolismo, para la elasticidad de la piel, el buen funcionamiento del cerebro, la presión arterial o para aliviar el dolor de cabeza, el agua nos ayuda a disfrutar de un corazón sano.
Somos cuerpo y somos espíritu; somos seres carnales y espirituales; y para ambos aspectos de nuestra naturaleza Dios ha provisto un elemento único y esencial: el agua, que nos limpia por fuera físicamente, y nos da paz, tranquilidad y esperanza en lo más profundo y esencial de nuestro ser: nuestra espiritualidad. Esta es el agua de vida, sin la cual no hay vida.

Tú, Dios mío, eres mi pastor; contigo nada me falta. Me haces descansar en verdes pastos, y para calmar mi sed me llevas a tranquilas aguas.

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