Sed, pues,
misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. Lucas 6;36
Cuando terminó la Guerra Civil Norteamericana, los
soldados de la Unión estaban parados a ambos lados de un camino por donde
marcharían los soldados derrotados de la Confederación. Una palabra equivocada o
una actitud beligerante podían convertir la largamente anhelada paz en una
matanza. En un acto tan notable como conmovedor, ¡un oficial de la Unión
ordenó a su tropa saludar al enemigo! Ni burlas ni insultos; solo armas en alto
en señal de respeto.
Las palabras de Jesús sobre el perdón, en Lucas 6,
ayudaron a entender la diferencia entre las personas perdonadas por gracia y las
impías. Los perdonados deben distinguirse de los demás, haciendo lo que se
considera imposible: perdonar y amar a sus enemigos. Jesús dijo: «Sed, pues,
misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso» (verso 36).
Imagina el impacto sobre nuestros compañeros de
trabajo y nuestros parientes, si abrazáramos este principio. La gracia de Cristo
reflejada en nosotros tiene un poder sorprendente. La Biblia nos lo muestra en
el abrazo de Esaú a su hermano (Génesis 33:4), en el arrepentimiento de Zaqueo
(Lucas 19:1-10) y en el padre que corre a saludar a su hijo perdido (Lucas
15).
Por la gracia de Cristo, terminemos hoy con la
amargura y las peleas con nuestros enemigos.
Señor,
ayúdame a perdonar.
Casi siempre,
el enojo se desvanece frente a la gracia.
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