viernes, 14 de octubre de 2016

Cuando somos un milagro

Conducía de vuelta a casa alrededor de las cinco, tras una reunión de trabajo, atascado en el tráfico del Bulevar Colorado, cuando el coche comenzó a fallar y se apagó. A duras penas pude empujarlo, maldiciendo, a una estación de gasolina, contento solamente por no estar obstruyendo el tráfico y porque tendría un lugar más tranquilo para esperar la grúa. Antes de que hiciera la llamada telefónica, vi a una mujer saliendo de la tienda de comestibles que pareció resbalarse sobre el hielo y cayó sobre un dispensador de combustible, por lo que me levanté y fui a ver cómo estaba.
Resultado de imagen de Cuando somos un milagroCuando llegué donde estaba, parecía más bien que estaba más sobrecogida por el llanto que por la caída; era una joven mujer que se veía bastante desaliñada con ojeras alrededor de sus ojos. Dejó caer algo cuando la ayudaba a levantarse y lo recogí para dárselo. Era una moneda de cinco centavos.
En ese momento, todo quedó claro para mí: la mujer llorando, su antiquísima camioneta repleta de cosas con tres muchachos en la parte de atrás (uno en un asiento del coche), y el dispensador de combustible leyendo $4.95. Le pregunté si todo estaba bien y si necesitaba ayuda, a lo que ella seguía diciendo: “No quiero que mis hijos me vean llorando”, así que nos paramos al lado opuesto del dispensador a su coche. Ella dijo que conducía hacia California y que las cosas estaban muy duras para ella en ese momento. Así que le pregunté: “¿Y ha orado?” Eso la hizo alejarse de mí un poco, pero le aseguré que no era un loco y le dije: “Él la oyó y me envió”.
Saqué mi tarjeta de crédito y la pasé por el lector de tarjetas para que pudiese llenar el tanque de su coche, y mientras cargaba el combustible, me dirigí al McDonald’s de al lado y compré dos grandes bolsas de comida, algunos artículos de regalo, y una gran taza de café.
Ella le dio la comida a los muchachos en el coche, quienes la atraparon como lobos, y nos quedamos parados junto al dispensador comiendo patatas fritas y conversando un poco.
Me dijo su nombre y compartió que vivía en Kansas City. Su novio la había abandonado hacía dos meses y no había podido arreglárselas sola. Sabía que no tendría dinero para pagar el alquiler el 1 de enero por lo que, finalmente, había llamado a sus padres, con quienes no se había comunicado en cinco años. Ellos vivían en California y le dijeron que podía mudarse con ellos y comenzar de nuevo allí. Así que empaquetó todo lo que poseía en el coche. Le dijo a los muchachos que se iban a California para Navidad, pero no que se mudaban para allá.
Le di mis guantes, un breve abrazo y dije una rápida oración a su favor por su seguridad en el viaje. Al dirigirme a mi coche, ella dijo: “Así que, es Ud. un ángel o algo parecido?” Eso, definitivamente, me hizo llorar. Le dije: “Querida, para esta época, los ángeles están muy ocupados, así que a veces Dios utiliza a gente normal”.
Fue increíble ser parte del milagro de alguien. Y, por supuesto, como pueden imaginar, cuando me subí a mi coche, encendió a la primera y me llevó a casa sin ningún problema.
Lo llevaré al taller mañana para revisarlo, pero sospecho que el mecánico no hallará problema alguno con él. Algunas veces los ángeles vuelan tan cerca de uno que podemos escuchar el batir de sus alas…
Nunca dejes de creer en Dios y en los milagros que hace. Sobre todo no menosprecies la oportunidad de ver cuándo Dios te convierte en un milagro para otros. Hoy podría ser uno de esos días.
Dios hizo señales y milagros grandes y terribles en Egipto, sobre Faraón y sobre toda su casa, delante de nuestros ojos. Deuteronomio 6:22
De las grandes pruebas que vieron tus ojos, y de las señales y milagros, y de la mano poderosa y el brazo extendido con que el Señor tu Dios te sacó; así hará el Señor tu Dios con todos los pueblos de cuya presencia tú temieres. Deuteronomio 7:19
Prefiero recordar las hazañas del Señor, traer a la memoria sus milagros de antaño. Salmo 77:11

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