miércoles, 26 de octubre de 2016

La Ancianita

La anciana campesina caminaba lentamente, cargando con dificultad un atado de leña para alimentar la hoguera en la que cocinaba. Su rancho era nada más que un pedazo de techo caído sobre una pared, formando un espacio triangular dentro de él.
Un joven juez que en su tiempo libre paseaba por el campo, se encontró con ella y conmovido por la edad y las condiciones en las que vivía la humilde mujer, decidió buscar la manera de ayudarla.
La señora que hablaba de forma alegre y determinada, le contó al juez que comía de lo que crecía en la granja, que tenía algunas gallinas y una vaca que le producían lo indispensable. No había ningún tono de queja ni de carencia en la conversación con la anciana, todo lo contrario, sus palabras estaban llenas de gratitud y esperanza. 
Después de haber conversado un buen rato, el juez le preguntó a la campesina:
-Disculpe señora, ¿hay alguna forma en que la pueda ayudar? ¿Tal vez ropa, o medicinas? Si en algo puedo colaborar solo dígamelo y con gusto haré lo que pueda.
La anciana guardó silencio por un momento, y finalmente respondió:
-Muchas gracias, en realidad no necesito nada para mí, pero sí para el viejito.
-¿El viejito?, preguntó el juez.
-Sí, continuó la señora, está muy enfermo, está dentro en la casa, ya no se puede ni mover, tiene muchos dolores, y me toca hacerle todo porque el pobre no puede ni moverse.
-¿Y qué tiene su esposo?, replicó el juez, sorprendido.
-No es mi esposo, respondió la anciana, es un viejito que encontré desamparado y ¿cómo lo iba a dejar solito? Por eso, desde hace unos dos años lo estoy cuidando.
Nadie es tan pobre que no pueda dar, nadie es tan rico que no necesite recibir.
Proverbios 12:26
“El justo hace de guía a su prójimo.”
Hechos 20:35
“Más bienaventurada cosa es dar que recibir”.
Lucas 6:21
“Bienaventurados los que ahora tenéis hambre; porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.”

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