Estad
quietos, y conoced que yo soy Dios (Salmo 46:10).
Mientras asistía a un concierto, mi mente se desvió a un asunto que me preocupaba y distraía. Felizmente, la distracción terminó pronto, cuando las palabras de un hermoso himno comenzaron a penetrar profundamente en mi ser. Un grupo de hombres cantó a viva voz un himno que hablaba de la paz de Dios para el alma del creyente. Los ojos se me llenaron de lágrimas mientras escuchaba esas palabras y admiraba el pacífico reposo que solo Él puede dar.
Cuando Jesús censuró a las ciudades que no se
habían arrepentido y donde Él había hecho la mayoría de sus milagros (Mateo
11:20-24), aun así, tuvo palabras de consuelo para los que quisieran acudir a
Él: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar; aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas (versos 28-29).
Verdaderamente, palabras muy sorprendentes. Inmediatamente
después de sus enérgicas palabras a aquellos que lo rechazaban, Jesús extendió
una invitación a todos a ir a Él para encontrar la paz que todos anhelamos.
Jesucristo es el único que puede calmar nuestras almas inquietas y cansadas.
Cuando
mantenemos nuestra mente puesta en Jesús, Él la mantiene en paz.
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