martes, 13 de septiembre de 2016

Usted importa más de lo que cree

Usted fue creado a imagen y semejanza de Dios. Usted no es un montón de barro inteligente o un mono usando pantalones. Dios lo creó a usted. Él lo confeccionó en el vientre de su madre, de forma formidable y maravillosa, no es un accidente. Además de toda la creación, Dios creó a los seres humanos, hombres y mujeres, para que fueran como Él. Y a su imagen y semejanza, poseemos un don que no le fue dado a ningún animal: la conciencia. Tenemos libre albedrío. No somos como robots o títeres.
rain gil250x130lAl igual que Dios, tenemos personalidad, sentido del humor. Podemos reír y cantar, amar y crear, soñar y destruir. Tenemos sentimientos que pueden ser heridos. Cuando las cosas no salen como queremos, nos ponemos tristes, al igual que Dios. Esto puede sorprender, pero Dios no siempre obtiene lo que quiere, y ninguno de nosotros tampoco.
Pero Jesús tocó las puertas de nuestros corazones, y debemos invitarlo a entrar para poder ser salvos. Él es un caballero, y por eso toca la puerta, no va a venir con un escuadrón de seis soldados de las fuerzas especiales a derribarla. Él nos da la dignidad y la responsabilidad de tomar nuestras propias decisiones. También somos inmortales. La pregunta no es si vamos a vivir para siempre, sino dónde. Dentro de cuatrocientos años, y después de cuatro mil años, seguiremos existiendo, seguiremos estando vivos, y seguiremos siendo nosotros mismos.
También está el asunto de lo que Dios estuvo dispuesto a pagar para redimirnos y darnos esperanza, cuando el pecado y la muerte dominaban nuestras vidas. El valor de algo proviene de lo que alguien está dispuesto a pagar para tenerlo. ¡Y vaya que salimos caros! La Biblia dice que cuando estábamos muertos en nuestros pecados, Dios nos demostró su amor enviando a su hijo a morir por nosotros (Romanos 5:8). No fuimos comprados con una moneda corriente, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Jesús. Sus venas fueron abiertas, y fue colgado sobre dos pedazos de madera en la cima de una colina con la forma de una calavera. El hijo de Dios murió para pagar el precio por cada error que hemos cometido. El pecado es un crimen capital, así que Él murió para liberarnos.
Jamás en la historia se ha pagado un precio más alto por algo. Ningún Rolex, yate de lujo, obra de arte o isla privada puede ser, ni por lo más remoto, tan escandalosamente caro como el precio que pagó Jesús para garantizar nuestra liberación del cautiverio. Cuando se enfrentó a la idea de que seríamos separados de Él y de los planes que tenía para nuestras vidas, gustosamente se amarró a nuestra silla eléctrica y murió en nuestro lugar para hacernos libres. Somos valiosos, no solo por haber nacido, sino por la sangre que se derramó para que pudiéramos nacer de nuevo.
Y eso no es todo. Como hijos de Dios hemos sido encomendados al Espíritu Santo. El mismo Espíritu Santo que levantó a Jesús de entre los muertos, ahora vive en nuestros corazones y está listo y esperando a ser activado. La energía que circula a través de nosotros es tan superior, que puede ser medida en caballos de fuerza. Y el Espíritu Santo siempre está listo para aumentar la energía de nuestra alma, potenciando nuestros esfuerzos mientras nos elevamos para hacer lo que Dios quiere que hagamos.
Tenemos también los dones y los privilegios únicos que nos han sido dados. Hay capacidades espirituales y también destrezas, talentos y habilidades. Él ha hecho que nos apasionen ciertas cosas. Usted, por ejemplo, tiene conexiones específicas y oportunidades que yo no tengo. Hay gente, con la que usted conversa a diario, que un predicador podría conocer solo a través de un milagro. Pero para usted es tan sencillo como asistir a la segunda clase o ir a trabajar en el turno de la tarde. ¡Qué suerte!
¡Oh! Y además hemos sido designados para realizar la misión más grande que jamás ha sido emprendida en la historia del mundo: la Gran Comisión, la misión de ir a pescar. Las órdenes de nuestro Oficial al mando son bastante claras: debemos ir alrededor del mundo y predicar el evangelio a toda criatura. 

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