Dios envió
a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. 1 Juan 4;9
Cuando Juan, el discípulo amado de Jesús, envejeció,
centró toda su enseñanza sobre el amor de Dios en sus tres epístolas. En el
libro "Conociendo la verdad del amor de Dios", Peter Kreeft cita una antigua
leyenda que dice que uno de los jóvenes discípulos de Juan fue a él una vez,
quejándose: ¿Por qué no hablas de otra cosa? Juan respondió: Porque no hay
nada más de qué hablar.
El amor de Dios está, sin duda, en el centro de la
misión y el mensaje de Jesús. En su Evangelio, que escribió antes, Juan afirmó: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan
3:16).
Pablo nos dice que el amor de Dios es la esencia de
nuestra vida, y nos recuerda que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo
profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es
en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8:38-39).
El amor de Dios es tan fuerte, accesible y firme que
podemos iniciar cada día sabiendo que todo lo bueno viene de su mano, y que
podemos enfrentar los desafíos con su poder. Su amor es lo que más importa en
esta vida.
¡Gracias,
Señor, porque tu amor es rico y puro, poderoso y sin medida!
El amor de
Dios permanece firme cuando todo lo demás se desmorona.
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