Para todos aquellos que soñamos con viajar y conocer diferentes partes del mundo, es una aventura y un verdadero desafío lograrlo en tiempos en los que la economía a nivel mundial está afectada.
Pero cuando imagino las calles de oro y el mar de cristal, estar ante la presencia del Señor riendo, alabándolo y mirándolo cara a cara, no puedo evitar sentir una gran emoción.
Porque tan solo un instante en Su majestuosa gloria rodeados de sus brazos amorosos nos hará sentir una verdadera gloria. Allí no va a haber problemas de ninguna índole, no existirán límites, ni fronteras, ni necesidad de pasaportes. Todos hablaremos un mismo idioma, compartiremos y nos amaremos sin que a nadie se le señale por su nacionalidad, color de piel, ideología política, apariencia física, condición o posición social, porque todos estaremos unidos en un mismo sentir, espíritu y pensar.
Cuando me imagino lo asombroso de estar compartiendo, todos los que seamos fieles a Dios, en las bodas del Cordero… mi corazón se inunda de alegría y de paz. Sonrío porque será señal de que no perdí mi tiempo en esta vida. Y cuando orgullosa, el Señor me diga, “Ven buena sierva y fiel, en lo poco fuiste fiel y en lo mucho te pondré, ¡entra en el gozo de tu Señor!", yo saltaré, gritaré y danzaré de felicidad. Cuando Dios me entregue una corona, no importa su tamaño, y me diga: “por cuanto hiciste el bien a uno de mis pequeñitos, me lo hiciste a mí”, presenciaré, seré testigo de la fidelidad de mi Amado Dios.
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