miércoles, 24 de agosto de 2016

La tormenta

Kirby había esperado toda la semana este día.  Él y su mejor amigo Austin habían reunido todo tipo de envases para usarlos como moldes en su castillo de arena. Hasta habían dibujado un plano. Este año, sabían que podrían ganar el premio al mejor castillo de arena de su categoría.
Llegaron temprano a la playa, marcaron su área y se pusieron  a trabajar enseguida. Había niños de todas las edades construyendo castillos de arena. El de Kirby y Austin adelantaba rápido y se veía magnífico.
Kirby acababa de volcar el último molde de arena sobre la torre, cuando un niño que perseguía a otro, muy robusto, pasó corriendo. Justo cuando el niño grandote llegó al castillo lo saltó, pero el que lo perseguía no tenía piernas tan largas y derrumbó una parte grande. Y lo que es peor, ambos se rieron mientras se alejaban corriendo. Austin estaba atónito, pero Kirby estaba furioso.
-¡NO…NO…NO!, gritó.  ¿POR QUÉ?  Entonces tomó el cubo más grande y comenzó a derribar el castillo mientras gritaba. Echaba arena a todas partes, y en pocos segundos el precioso castillo ya no existió.
-¡Kirby!, le gritó Austin.  Lo podíamos haber arreglado.  Oh, ¡qué desastre!
Austin se alejó.
La mamá de Austin, que los había acompañado a la playa, se acercó y se juntó a Kirby.
-Kirby, le dijo. Cuando permites que tu ira te indique qué hacer, nadie gana, y tú menos que nadie. Al final, fuiste tú con tu ira quien destrozó el castillo, y no esos niños.
Cuando alguien te haga enojar, cuenta hasta diez antes de actuar o hablar. Pídele a Dios que te ayude a no responder con ira.
La ira en sí misma daña más que la condición que la causó. Contrólala.
El que es iracundo provoca contiendas; el que es paciente las apacigua. Proverbios 15:18

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