viernes, 5 de agosto de 2016

El Tapetito Rojo

Una pobre mujer vivía en una humilde casa con su nieta, que estaba muy enferma.
Como no tenía dinero para llevarla a un médico, y viendo que a pesar de sus muchos cuidados la niña empeoraba cada día, con mucho dolor en el corazón decidió dejarla sola e ir a pie hasta la ciudad más próxima en busca de ayuda.


En el único hospital público de la región, le dijeron que los médicos no podían trasladarse hasta su casa, que tenía que traer la niña para ser examinada.

Desesperada por saber que su nieta no conseguiría ni siquiera levantarse de la cama, marchó, y al pasar por una iglesia decidió entrar.
Algunas señoras estaban arrodilladas haciendo sus oraciones. Ella también se arrodilló.
Escuchó las oraciones de aquellas mujeres y cuando tuvo oportunidad, alzó su voz y dijo:

“Hola Dios, soy yo, María. Fíjese Señor, que mi nieta está muy enferma. Yo quisiera que usted fuese allí a curarla. Por favor, Dios, anote la dirección.”
Las señoras se sorprendieron con esa oración y continuaron escuchando.
“Es muy fácil, solamente es seguir el camino de las piedras y cuando pase el río con un puente, usted entra en la segunda calle. Pasa la tiendita, y mi casa es la última choza de esa callecita.”
Las otras señoras que estaban pendientes de la oración, se esforzaban en no reír.
Ella continuó: “Mire Dios, la puerta está cerrada, pero la llave está bajo el tapetito rojo de la entrada. Por favor Señor, cure a mi nietecita. Gracias."

Y cuando todas pensaron que ya había acabado, ella agregó: “Ah! Señor, por favor, no se olvide de colocar la llave de nuevo debajo del tapetito rojo, si no, yo no voy a poder entrar en casa. Muchas, muchas gracias”.

Después de irse Doña María, las demás señoras soltaron una gran carcajada y se quedaron comentando lo triste que es ver que las personas no saben ni orar.
Cuando Doña María llegó a su casa no se pudo contener de tanta alegría al ver a la niña sentada en el suelo jugando con sus muñecas.
“¿Ya estas de pie?”
Y la niña, mirándola cariñosamente le contestó: “Un médico estuvo aquí abuelita. Me dio un beso en la frente y me dijo que iba a mejorar. Él era tan hermoso abuelita... Su ropa era tan blanca que parecía brillar.
¡Ah! Y Él me mandó decirte que sí fue fácil encontrar nuestra casa y que iba a dejar la llave debajo del tapetito rojo como tú se lo pediste''.
Dios no quiere palabras bonitas, 
Él quiere palabras sinceras.


Bendiciones.

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