jueves, 14 de julio de 2016

La tumba vacía

(Tomás dijo a los otros discípulos:) Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Juan 20:25
La resurrección de Jesús es una buena noticia, comprobada al principio, cuando sucedió, por más de quinientos testigos a la vez (1 Corintios 15:6), y que se transmite de generación en generación. Todo empezó ese domingo por la mañana: las mujeres que fueron a embalsamar el cuerpo de su Maestro hallaron la tumba vacía. En seguida volvieron y se lo dijeron a los once y a los demás discípulos. Pero estos no las creyeron hasta que ellos mismos vieron al Señor resucitado (Lucas 24:9,11). Desde aquella mañana, el mensaje sigue siendo el mismo: El Señor resucitó.

¿Cómo creerlo?, dicen algunos burlándose. 
Pero, ¿qué explicación dan a aquella tumba vacía que fue cuidadosamente vigilada por los soldados? Si Jesús no resucitó, ¿qué pasó con su cuerpo? Para hacer callar el rumor de su resurrección, bastaría con que las autoridades romanas y judías presentasen el cuerpo muerto de Jesús. ¡Así todo hubiese parado ahí! Pero como Jesús estaba realmente vivo, esto era imposible.
Este testimonio de la tumba vacía quizá no le baste. Como Tomás, un discípulo de Jesús, usted quisiera ver a Jesús resucitado. Esta es la respuesta de Jesús: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29). A menudo la gente emplea esta frase como burla, pero la realidad es que existen dos formas de saber algo con toda seguridad: ver con nuestros propios ojos, o creer a un testigo, una fuente fiable. Preferimos la primera, pero numerosos ejemplos muestran que la segunda es bastante más segura. ¡No hay nada que sea más verdadero y más fiable que la Palabra de Dios!


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