domingo, 17 de julio de 2016

La homosexualidad: ¿Un pecado?

Se ha celebrado recientemente, tan solo hace unos días, "el día del orgullo gay" en Madrid, (España). Con tal motivo me parece adecuada esta publicación.
La homosexualidad ha sido un problema para la sociedad desde la antigüedad. Aunque a veces se niega su existencia o se esconde, este mal puede traer consecuencias graves para lo espiritual, principalmente para los que quieren acercarse a Dios y servirle. Para los que han sabido y han sufrido por causa de la homosexualidad va este escrito.
HomosexualidadEn primer lugar, la Biblia sí habla de la homosexualidad como un pecado (1 Corintios 6.9) y la condena (Romanos 1.26,27 y 32); aunque no se usa la palabra “homosexual”, sí se usan otros términos que lo designan. La palabra “homosexual” puede ser aplicada tanto a hombre como mujer, puesto que significa literalmente “del mismo sexo”, es decir que una persona homosexual es aquella que tiene intimidad sexual con otra persona del mismo sexo.
“Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. “…quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican” (Romanos 1.26,27,32).
Generalmente, el término homosexual y otros sinónimos se aplican fundamentalmente a individuos que “hacen el papel de mujer”. Esta designación está equivocada en el sentido de que la palabra misma se aplica tanto a uno como a otro sexo, es decir, un “homosexual” es una persona que sostiene, o tiene relaciones de carácter sexual con otra persona del mismo sexo. Por cada “homosexual” existe otro y otros más, con quienes éste ha tenido intimidad sexual, que también deben ser considerados homosexuales. En nuestra cultura se considera que un hombre “macho” es aquel que tiene relaciones sexuales con muchas mujeres y hasta con “homosexuales” (varones), y generalmente a éste se le considera muy “hombre” pero no un homosexual. En todo caso se le debería considerar "bisexual".
La homosexualidad es una desviación, una perversión, un extravío de lo normal y natural. Dios ha hecho dos sexos – varón y hembra – y ambos se complementan. El sexo no debe considerarse como algo sucio, malsano o pervertido, pues Dios es el Creador del mismo y Él estableció un propósito para cada persona (según su sexo) y para cada cosa una función. Cualquier desvío, abuso, o perversión de lo que Dios ha creado cae en la categoría de pecado, y el pecado únicamente conduce a la muerte. Este pecado tiene distintas maneras de manifestarse y de practicarse.
En Romanos 1, del versículo 18 hasta el 32, el apóstol Pablo hace una relación descriptiva de lo que fue el pueblo romano del primer siglo. Tanto entre ellos en aquel entonces, como entre nosotros en la actualidad o en cualquier época, cualquier cosa que sea practicada que vaya en contra de lo que Dios ha determinado, y que definitivamente represente una rebeldía en contra de los designios y voluntad de Dios, es un pecado que merece castigo. En Romanos 6.23 Pablo dice: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna…”

En cuanto a la transexualidad, conviene distinguir si quien la hace es por necesidad (al haber nacido con un nivel anormal, por exceso, de hormonas del sexo contrario), lo cual incluso podría interpretarse como un designio de Dios, por algún motivo desconocido, de quien voluntariamente (solo por gusto) se siente del sexo contrarioy adopta sus atuendos y comportamientos, y no solo eso, sino que además presume de su condición.
Lo hermoso del mensaje del Evangelio es que nos ofrece esperanza de vida eterna, libre de la condenación del pecado, pero conviene explicar cómo la gracia de Dios se manifiesta en relación al hombre pecador. Mateo 18.11 nos declara que Jesús, “el Hijo del Hombre, ha venido para salvar lo que se había perdido”. Su propósito no fue el de venir a condenar y servir de juez de homosexuales, prostitutas, mentirosos, perversos, ladrones, etc., etc; Él vino porque el hombre (todos nosotros) estaba en necesidad de salvación, y vino para darnos vida cuando estábamos muertos a causa de nuestros delitos y pecados (Efesios 2.1-10).
¿Cómo es que la gracia de Dios se manifiesta en nuestras vidas? Para empezar, “la gracia de Dios” se refiere a “un regalo” que Dios nos hace, algo que no merecemos. Si lo mereciéramos dejaría de ser un regalo.
Este regalo es un ofrecimiento de Dios disponible para todo aquel que lo quiera aceptar. Esto requiere que uno crea que la promesa de Dios del perdón es efectiva. Nadie puede acercarse a Dios ni recibir su gracia si no tiene fe (Hebreos 11.6). Una vez aceptada esta realidad, debemos entender que Dios ha determinado maneras específicas de hacer efectiva su oferta para nosotros; comenzamos por creer que es posible (fe) y seguimos por nuestra obediencia a los mandatos de Dios.
El apóstol Pedro, en su primer sermón el día de Pentecostés contestó a la pregunta de los judíos: “¿Qué haremos?” con las muy conocidas palabras: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don (regalo) del Espíritu Santo” (Hechos 2.38). Es obvio que estas personas ya tenían fe, pues de otra manera no hubieran hecho la pregunta “¿qué haremos?”. Enseguida, Pedro les exhorta a que se arrepientan de sus pecados, es decir, a que cambien su manera de pensar, que acepten sus malas obras como cosas condenadas por Dios, y que procedan a ser sumergidos (bautizados) en agua para el lavamiento (perdón) de sus pecados. El bautismo no es un acto mágico con el cual la persona se salva, pero sí representa, entre otras cosas, una señal de obediencia a Dios y es el medio que Él ha señalado para el nuevo nacimiento.
Ahora bien, conviene hacer una distinción importante. Con el bautismo, nuestros pecados, cualquiera que éstos sean si de verdad estamos arrepentidos, son borrados del todo, para siempre. Dios nos coloca dentro de su familia como nuevas criaturas (2 Corintios 5.17) y todo “lo viejo” – nuestra antigua manera de vivir – forma parte de un pasado que Dios borra; de ahí en adelante empieza nuestra vida. Empieza a la semejanza de la vida de un niño, el cual necesita empezar a dar sus primeros pasos; necesita ser guiado y conducido de la mano, y es muy posible que en su intento de caminar correctamente tropiece muchas veces. Si el niño cae, y si no puede levantarse solo, vienen sus padres para ayudarlo, no para que caiga de nuevo sino para que siga intentando caminar bien.
Por otro lado, una persona que cree, que se arrepiente, se bautiza, que empieza su nueva vida, pero sigue practicando sus antiguos pecados y viviendo su antigua manera de vivir, nunca podrá llegar a ser una persona madura ni un varón perfecto. Una cosa es cometer errores de los cuales uno se arrepiente, y otra cosa es seguir viviendo en pecado. Aquel que permanece en el pecado, no puede ser hijo de Dios; el que abandona el pecado y se vuelve a Dios es tipificado como el Hijo Pródigo de Lucas 15.11-32.
Finalmente, Pablo en 1 Corintios 6.10 y 11 habla de cristianos que en una época pasada habían sido pecadores (6.9), y si ellos recibieron esa bendición de ser “lavados, santificados y justificados”, ciertamente esa misma promesa es para usted y cualquier otra persona alejada de Dios.

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