Estábamos viajando de Madrid a Barcelona, cuando un hombre subió al autobús y comenzó un discurso sobre la limpieza del estómago. Dijo que existen muchas personas que se cuidan bien por fuera, se duchan con frecuencia, lavan su ropa, se peinan y se ponen perfume. Todo esto no tendría nada de malo, pero nos preguntó: ¿quién se ocupa de su limpieza interior? Si pensamos en lo que comemos e ingerimos a lo largo de nuestra vida, muchos estómagos deben parecer un basurero.
Hay niños con una barriga tremenda, pero los brazos y piernas se quedan flaquitos, porque su estómago está lleno de parásitos que impiden un desarrollo y crecimiento normal. Algunos de estos parásitos pueden llegar a través de los vasos sanguíneos al cerebro y afectar la vista, causar locura o en casos extremos incluso la muerte.
Concluido el discurso, este señor nos ofreció un polvo para lavar el estómago, no por ocho ni por siete ni por seis, sino por tan sólo cinco euros.
No he probado su polvito, así que no puedo comprobar la veracidad de sus declaraciones; pero pienso que tiene algo de verdad (en todo caso no exageró como otros charlatanes que intentan vender sus “curalotodo”). Sin embargo, me hizo pensar en otro “órgano” que se encuentra en el nivel más profundo de nuestra personalidad, y que sí en muchos casos parece ser un vertedero de basuras. Se trata de nuestra alma.
El parásito del pecado
Es bueno e importante vivir un estilo de vida sano y tener una buena presencia, pero ¿de qué sirve si el alma se está llenando de odio, envidia, rencor, culpa no perdonada, desenfreno, afanes y perversiones? El pecado es realmente un problema serio.
Así como los parásitos no solamente impiden el crecimiento normal, sino que también deterioran el cuerpo hasta consumirlo por completo, el pecado domina la mente con placeres vanos, eclipsa el discernimiento espiritual para después, confundirlo entre lo correcto e incorrecto. Cuántas personas se dejan llevar por el pecado sin considerar las consecuencias que en muchos casos destruyen la vida: accidentes bajo la influencia del alcohol, violencia, infidelidad, matrimonios rotos, niños que sufren, muchachas que no pueden terminar su carrera porque quedaron embarazadas..., en fin, sufrimiento sobre sufrimiento.
Pero esto no es todo. A diferencia de los parásitos arriba mencionados, el parásito del pecado, no sólo en casos extremos sino siempre, conduce hacia la muerte; la muerte espiritual que es la separación de Dios y luego la muerte eterna que es el infierno. No creas que en el infierno la fiesta seguirá, como algunos se burlan. El infierno es la ausencia completa de Dios, y por lo tanto de todo lo bueno. Ya no habrá nada bueno ni bonito, sólo sufrimiento y martirio sin ningún alivio (vea Lucas 16:19-31).
El remedio
Me alegró tener también una buena noticia y no sólo la horrible del infierno.
¡Hay un remedio para limpiar tu alma del pecado! No es ningún polvito dudoso ni tampoco se trata de ritos ni de poseer alguna membresía en una organización. No te cuesta ni ocho ni cinco euros, o en qué moneda sea que cuentes. Es totalmente gratuito, aunque es más precioso que todo el oro del mundo. El remedio que te puede limpiar de tus pecados es ¡la Sangre de Cristo!
Jesucristo pagó este precio inimaginablemente grande de dejar el cielo y sufrir el castigo por tus pecados, experimentando la muerte más cruel que la humanidad ha inventado, en la cruz. Allí también sufrió el desamparo de su Padre Celestial porque Cristo estaba cargado con nuestros pecados. En la cruz sufrió el desamparo de Dios y derramó su sangre, para que nosotros podamos ser librados de nuestros pecados y del castigo eterno que mereceríamos.
Porque Jesucristo nunca cometió pecado, venció a la muerte y resucitó al tercer día, ahora te ofrece el perdón y la limpieza de tus pecados, si estás dispuesto a dejarlos y someterte bajo el señorío de Él. La vida con Cristo es una vida nueva y plena en la que Él sanará las heridas que el pecado te ha causado, te enseñará a vencer al pecado y te dará la certeza de que pasarás la eternidad con Dios.
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9).
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