sábado, 25 de junio de 2016

Libres del pecado

La verdadera libertad es aquella que se gesta en lo profundo del espíritu.
Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Hebreos 12:1
La Nueva Traducción Viviente traduce esta porción del texto: … quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar…. 
La frase tan fácilmente nos hace tropezar recuerda una experiencia que tenemos de niños. Se trata de la operación para quitar las amígdalas. Hace unos cuantos años no se utilizaba una inyección para dormir al paciente, sino gas. La sensación de ahogo que producía el gas inducía pánico en muchos niños, por lo que los médicos optaban por envolver en una sábana al paciente. De esta manera, el niño se veía impedido de moverse y arrancarse la máscara de la cara. 
El término en griego tiene específicamente ese sentido: es como si nos encontráramos envueltos en una sábana y nuestros movimientos se volvieran limitados y trabajosos. 
No le resulta problemático al pecado entorpecer nuestro andar. Una vez sembrada la semilla del engaño en el corazón, la vida es dramáticamente alterada. Si observamos lo que ocurrió después de que Adán y Eva tomaron del fruto prohibido, tendremos una idea de lo rápidamente que se alteró su visión del entorno y también de sí mismos. Se percataron de que estaban desnudos, algo que hasta ese momento no los había avergonzado, e inmediatamente se cubrieron. Dejaron de ver a la otra como una persona fiable, y comenzaron a considerar a su pareja como un rival. Tuvieron miedo y decidieron esconderse de Aquel que, hasta ese momento, había paseado con ellos por el jardín del Edén.
El pecado nos seduce por la sutil diferencia que tiene con la verdad.
La facilidad con la que somos seducidos por el pecado es porque está basado en sutiles distorsiones de la Palabra de Dios, y no sobre escatológicas manifestaciones que abiertamente contradicen su Verdad. Observe con cuánta sutileza el enemigo dialogó con Eva para crearle confusión, y luego plantar la semilla de la duda en cuanto a la bondad de Dios. Con cuánta sutileza el enemigo se enfrentó al Hijo de Dios en el desierto, llegando a citar el texto de los salmos para hacerlo tropezar.
Si consideramos la analogía de la carrera que ha escogido el autor, recordaremos que la ropa para maratones es especialmente adaptada a la carrera. Es liviana y escueta, no ofrece resistencia para el atleta. Imaginemos lo que significaría correr la carrera con una camiseta larga y con pantalones abultados. Nadie podría llegar lejos vestido de tal manera, por el esfuerzo que representaría el uso de ropa tan inapropiada.
El salmista describe con eficacia el efecto del pecado sobre nuestras vidas: Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día. Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano (Salmos 32.3-4 - NTV). No podemos darnos el lujo de convivir con el pecado. La confesión debe ser una de las disciplinas que más frecuentemente practiquemos, para estar limpios de todo lo que impide el libre obrar de Dios en nuestras vidas.  

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