Para muchos, la vida es una carrera continua de actividades perfectamente previstas y una lista de logros esperados, aunque la mayoría de ellos relacionados con el trabajo, como los logros profesionales.
Y cada vez tenemos la sensación de que el tiempo pasa demasiado rápido, tan rápido que no alcanza para compartir tiempo con los seres a quienes “amamos”, nuestra familia. Tenemos recuerdos del amor de nuestros padres, abuelos; para la mayoría ese amor significó inversión de tiempo, muchos de ellos sacrificando sus aspiraciones personales por estar en casa y dar lo mejor que tenían por su familia.
Reflexionando: ¿Cuáles son tus prioridades? ¿En qué lugar está el amor hacia tu familia? Dios nos pide que amemos sin fingimiento, con sinceridad, pero eso también significa que debemos dejar una huella marcada, una especie de impronta de amor en los corazones de las personas que amamos. Cuando amamos expresamos la esencia de Dios, se alegra el corazón, se nos aumentan los deseos de vivir, se revive el propósito de vida; porque en el amor todo lo podemos hacer, desde perdonar hasta vivir en unidad.
Es tiempo de restaurar hacer lo bueno y rechazar lo malo. De amar como Dios nos ama.
“Señor, sé que por amor nos has redimido, nos has restaurado y nos das propósito, por eso decido que desde hoy el motor de mi vida sea el amor, aquel que es sin fingimiento, sincero, real. Bendigo a mi familia, y me comprometo a amar sin condiciones, lo declaro en el nombre de Jesús, Amén”.
“El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, y seguid lo bueno”. Romanos 12:9 (RVR1960)
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