“… porque todas las promesas de Dios son en Él Sí, y en Él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios”
2 Corintios 1:20
La Palabra de Dios contiene numerosas promesas para cada uno de nosotros. Si queremos vivir en plenitud, disfrutar de la vida cristiana y cumplir el propósito de Dios debemos movernos en razón de las promesas de Dios.
Hay promesas que son generales, para todos; pero también hay promesas específicas, dadas de manera particular a cada persona por medio del Espíritu Santo. Sean promesas generales o específicas, ellas demandan de nosotros algunas acciones: creerlas, compartirlas, enseñarlas, aplicarlas y poseerlas. Estas promesas tienen el propósito de fortalecernos, inspirarnos, dirigirnos, ayudarnos a caminar en dirección a un objetivo.
Las promesas específicas son aquellas particularidades que Dios desea darnos o que conozcamos; por ejemplo, la promesa dada a Abraham de que sería padre de multitudes. Estas promesas nos revelan el propósito específico de Dios para nosotros; vienen a ser la razón de ser de nuestra vida, ya que nos proporcionan una visión y misión. Son la brújula que nos orienta cuando las tormentas de la vida nos hacen perder el rumbo.
Estas promesas específicas nos hacen vivir en el presente el gozo de lo que acontecerá en el futuro; nos ayudan a atravesar el presente confiadamente poseyendo lo que Dios nos prometió para el mañana.
No obstante, las promesas que Dios nos ha dado pueden ser también invalidadas por nosotros por alguna de las siguientes razones:
- No las creemos: en ocasiones decimos cosas como “es imposible”, “no es para mí”, “no soy digno”, etc.
- No las entendemos: queremos que tengan una lógica natural o que las podamos encasillar en algún molde o esquema.
- No aceptarlas: las creemos, PERO decimos “yo deseo otra cosa”, “prefiero esto o aquello”.
- Olvidarlas: es lo que sucede más frecuentemente.
- No obedecerlas: postergamos su cumplimiento.
- No querer pagar un precio: en especial si demanda algún trabajo, sacrificio o acción específica de nuestra parte.
- No osar comprometer nuestra integridad: nuestra falta de compromiso con Dios invalida o posterga sus promesas.
Nuestra fe en el Señor debe llevarnos a poseer todo lo que Él nos ha prometido; creer en sus promesas es creer en Él mismo, ya que Él es el cumplimiento de toda la Palabra. En ocasiones nos cuesta creerlas porque vemos natural que ellas están más allá de nuestras posibilidades humanas, de nuestras fuerzas, de nuestra imaginación o de nuestro tiempo.
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