Ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia… sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe. Filipenses 3:9
(Dios) levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación. Romanos 4:24-25
Durante mucho tiempo luché para construir mi propia justicia según mi concepción personal, pero nunca era suficiente. ¿Cómo podría olvidar el gozo que me inundó, cuando por la fe miré al Salvador clavado en la cruz?
“Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).
Me di cuenta que Jesús fue crucificado por mí. Él, que no tenía pecado, sufrió por mí que soy pecador. Por la fe pude decir: "Señor Jesús, Tú no cometiste ninguna falta, pero cargaste con las mías".
Volví a levantar los ojos: el cuerpo de mi Señor ya no estaba en la cruz, había sido puesto en la tumba, lejos de cualquier mirada. Había entrado en la muerte… por mí, en mi lugar.
Levanté una vez más la mirada y vi que la tumba también estaba vacía. ¡Jesús había salido triunfante! Había resucitado para ser mi justicia ante Dios.
A partir de ese momento no contemplé más la cruz, sino el trono de Dios. Por la fe en su Palabra vi a Jesús sentado allí, a la diestra de Dios. Era Él, el hombre que no había dicho nada para defenderse ante el tribunal de Pilatos, porque, si no hubiese muerto por mí, yo nunca podría ser justificado.
¿Quién desearía aún tratar de construir su propia justicia, mientras puede recibir una infinitamente mejor mediante la fe en el Señor Jesucristo?
(Dios) levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación. Romanos 4:24-25
Durante mucho tiempo luché para construir mi propia justicia según mi concepción personal, pero nunca era suficiente. ¿Cómo podría olvidar el gozo que me inundó, cuando por la fe miré al Salvador clavado en la cruz?
“Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).
Me di cuenta que Jesús fue crucificado por mí. Él, que no tenía pecado, sufrió por mí que soy pecador. Por la fe pude decir: "Señor Jesús, Tú no cometiste ninguna falta, pero cargaste con las mías".
Volví a levantar los ojos: el cuerpo de mi Señor ya no estaba en la cruz, había sido puesto en la tumba, lejos de cualquier mirada. Había entrado en la muerte… por mí, en mi lugar.
Levanté una vez más la mirada y vi que la tumba también estaba vacía. ¡Jesús había salido triunfante! Había resucitado para ser mi justicia ante Dios.
A partir de ese momento no contemplé más la cruz, sino el trono de Dios. Por la fe en su Palabra vi a Jesús sentado allí, a la diestra de Dios. Era Él, el hombre que no había dicho nada para defenderse ante el tribunal de Pilatos, porque, si no hubiese muerto por mí, yo nunca podría ser justificado.
¿Quién desearía aún tratar de construir su propia justicia, mientras puede recibir una infinitamente mejor mediante la fe en el Señor Jesucristo?
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