“¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto. Me apresuraría a escapar del viento borrascoso, de la tempestad”.
Salmos 55:6-8
Este silencio ensordecedor aún me rodea y más que rodearme me duele. Me duele porque aunque sé que no es cierto, las circunstancias muchas veces me hacen pensar que tu mirada se ha desviado de mí. Quizá porque aún no logro ver la luz al final de este túnel oscuro que he estado transitando.
Pero aún así, sé que tu mano no me ha dejado de sujetar ni un minuto. Aunque me pregunto si estás escuchando mis oraciones y pareciera que no es así, sé que sí, que me estás escuchando atentamente. Sé que es cuando tus ojos están más fijos en mí y tus oídos más atentos al clamor de mis súplicas. Lo sé más allá de mis sentidos y de lo que percibo o veo, porque sé que eres fiel y que me amas profundamente.
Sé que a pesar de que muchas veces no logro ni siquiera poder definirme o hablar, porque es tanto el dolor que siento que solo me cubre el silencio y el agotamiento, Tú interpretas cada cosa que te dice mi corazón casi moribundo. Y entonces le infundes vida y vuelve a latir, a sobreponerse, a luchar y enfrentar los retos que se le presentan.
Dios de mi vida, amor de mi corazón, luz de mi alma, no permitas que me suelte de tus manos. No permitas que transite el camino lejos de tu voluntad y propósito. No dejes que el miedo me desenfoque, ni que lo oscuro que parecen el camino y el viaje, me desvíen de lo que has determinado para mí. Porque yo sin ti sencillamente soy un cachorro herido clamando desesperadamente por ayuda.
Dame tu serenidad, abrígame en tu pecho, afírmame en tus certezas. Condúceme siempre por tus sendas y haz que tu amor y gracia siempre prevalezcan en mí, más allá de todo, aún de mis propios deseos y pensamientos.
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