El hombre abordó el carruaje. No prestó atención a un comerciante que le ofrecía telas a muy buen precio. “Estoy afanado”, se limitó a decirle mientras le apartaba con cortesía. “Vamos”, ordenó a quienes guiaban el ostentoso vehículo de tracción animal. Le quedaba un largo viaje, de varios días, hasta llegar a su destino final: Etiopía, en África. Allí servía a la reina de Candace.
Iba tan ensimismado, que no se percató del hombre que se acercaba corriendo. Le dijo: “Pero, ¿entiendes lo que lees? Él dijo: ¿Y cómo podré si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él…”(Hechos 8:29-31).
Con esta sencilla descripción comienza uno de los pasajes más apasionantes del Nuevo Testamento, en el que de manera sencilla y práctica, aprendemos principios de suma importancia para adelantar la evangelización de quienes no conocen al Señor Jesús como su único y suficiente Salvador.
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