jueves, 7 de abril de 2016

El propósito de nuestra vida

Pensemos en el siguiente relato comparativo: Alejandro (el Grande) y Jesús (el Hijo del Carpintero). Ambos murieron a la edad de 33 años. Alejandro vivió y murió para sí mismo, Jesús vivió y murió por ti y por mí. Alejandro, un griego, murió en un trono, Jesús, un judío, murió en una cruz. La vida de Alejandro consistía en dirigir numerosos ejércitos, conquistó 10 ciudades para sí mismo. Jesús en cambio, tenía solo 12 discípulos y a veces andaba solo. Alejandro ensangrentó el mundo con sus conquistas, Jesús dio su propia sangre. Alejandro murió en Babilonia, Jesús en el Calvario. Alejandro ganó todo para sí, Jesús se dio a sí mismo. Alejandro esclavizó a muchos hombres, Jesús los liberó.
¿Verdad que el propósito de la vida de Alejandro y el propósito de la vida de Jesús fueron diferentes? ¿Tiene usted algún propósito definido en su vida? Es alarmante saber que la mayoría de los seres humanos no conocen cuál es el propósito principal de su vida, pero hagamos un rápido análisis del porqué.
Después de ser creados el hombre y la mujer, Dios les dio a escoger si comer del árbol de la vida o si comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, pero para esto se llevó a cabo una tentación. Observamos en Génesis 3:1 que el tentador era muy astuto, nos muestra su astucia cuando pregunta, ¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del huerto? Más tarde, aquella astucia va tomando fuerza, y se nos muestra en los versículos 4 y 5, cuando el tentador afirma a Eva que no morirá, sus palabras fueron: “Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”.
El tentador puso en tela de juicio si creer o no creer a Dios. Recordemos que Adán y Eva acababan de ser creados y ante semejante perspectiva del tentador, no podían estar seguros de si Dios les dijo la verdad o si por el contrario les mintió.
Ahora consideremos el versículo 6: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer y que era agradable a los ojos y árbol codiciable para alcanzar sabiduría…”. Aquí es donde se enciende la vanidad intelectual, cuando deciden rechazar a Dios y hacer su propio experimento. “Y tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”. ¿No cree usted que desde entonces la humanidad ha estado haciendo lo que ante sus ojos le parece correcto?

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