jueves, 7 de abril de 2016

El amor NO es…

“El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso” (1 Corintios 13:4, NVI).
La envida pone fin a las relaciones. La jactancia crea distancia. El orgullo hiere. Todas estas cosas son atributos que no describen al amor pero que lamentablemente, muchas veces caracterizan las relaciones humanas.
el amor es sencilloSe le atribuye a Shakespeare haber hecho célebre la frase que une a la envidia con un monstruo. De cualquier manera, con algo sí estaremos siempre de acuerdo: la envidia es un monstruo que destruye y carcome, que acaba las relaciones y enferma a sus víctimas.
La palabra original en griego, que al español se tradujo como envidioso en ese pasaje, es zeloo y puede significar varias cosas, entre ellas: Hervir de envidia, odio, ira; envidiar; rivalidad polémica y envidiosa; celos.
Por eso algunas versiones dicen en lugar de “el amor no es envidioso”, “el amor no es celoso”. En realidad, las dos cosas pueden manifestarse en una relación: la envidia y los celos. La envidia separa a los esposos que anhelan los triunfos del otro, crea rivalidad. Lo que muchas veces nos presenta el cine con la villana y el villano que aparentemente se aman, pero en realidad aman más aquello que persiguen obtener; no es pura película, sucede. Y sí, pueden existir relaciones de ese tipo, pero no es amor.
Los celos son aún más malignos. Causan tragedias incomparables. Ahogan el gozo y claro, matan al amor. Los celos no tienen espacio en la pareja que desee amar como Dios lo diseñó. Porque la raíz de los celos está en la desconfianza, y la verdad y la desconfianza no pueden coexistir.
Mujer, si eres hija de Dios, tienes que pedirle que te libere de la desconfianza. Si tu esposo te ha dado motivos para desconfiar, hay que resolver el problema. Pero si tu desconfianza, y por ende tus celos, vienen porque así te criaron, diciéndote que “no se puede confiar en ningún hombre”, o porque has visto la traición muy de cerca y ahora no quieres confiar ni en tu sombra, ¡Cristo también vino para liberarte de eso! No hay amor donde se vive presa de los celos.
El amor no es jactancioso ni orgulloso…
“Si él no me pide perdón, yo tampoco”. “Si él me responde mal, yo también”. “Si no me habla, yo no le hablo”.
La lista de ejemplos puede seguir, pero ya captamos la idea. Estos son pensamientos que cualquiera de nosotros puede tener en algún momento dado, y que describen algo que Dios detesta que no es amor. Se llama orgullo.
Estamos citando del griego para tratar de entender el sentido verdadero de las palabras de este pasaje. ¿Sabes qué quiere decir jactancioso en el original? “Uno mismo en exceso”. Yo misma en exceso. Tú misma en exceso. Es decir, demasiado de uno mismo en la relación. El amor no es así. ¡Al contrario! El amor prioriza al otro. El amor hace que uno se quite para dejar que el otro brille. Se alegra con el triunfo y el bien de los demás.
De modo que podríamos describirlo así: El amor no es desconfiado, no busca rivalidad, no sospecha. El amor es modesto y sencillo. El amor es humilde.
Sí, amar de esta manera es un desafío, y tal vez se pueda amar de otra y sea más fácil, pero entonces tendremos que inventar una palabra que la describa, no podremos llamarle amor porque el verdadero amor es el que Dios diseñó.

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